cartel

Por Juan Terranova. Domingo. Hoy maneje por Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. En una Shell, llegando a Campana, el playero se descuidó y la nafta empezó a caer al cemento, pura, peligrosa, de color celeste. Antes, en Unquillo escuché el galope de un caballo pero no vi el caballo. En Córdoba Capital estuve en la casa del Marqués de Sobremonte. Se conservan sus cañones, los nombres de sus negros y sus instrumentos musicales. ¿Pensaba el marqués en España y en Sevilla? Seguramente había muchas cosas que no comprendía. Pero por algo sus armas siguen ahí. También se conserva parte del mobiliario y, como estaba cansado, en un momento, me acosté en la cama de su hijo. Yo, un italiano descentrado usurpando doscientos años más tarde la cama del hijo del Marqués... Qué rara esa victoria. El siglo XVIII me gusta. Es el siglo castellano. América no existía. La tierra era primitiva de una manera hermosa. Y todos critican a España, pero Castilla vino y se dejo la sangre en este pedazo de nada. La sangre y un idioma. No es poco.

Lunes. Ayer, durante el viaje, Matías, que trabaja en una armería, me contó muy buenas historias. Por ejemplo, la del viejo que quería una bala. Un viejo entra en una armería y pide una bala, una única bala, un solo cartucho. O dos. Por favor, señor, retírese. Teníamos el cielo azul de fondo. Hablamos de vender armas de verdad y réplicas que son iguales a las armas de verdad. Hablamos de calibres, de fabricación nacional. Hoy Luis por Twitter me dijo que América era una geografía. “Políticamente éramos uno de los reinos de Indias” agregó. Qué bello eso, América, una geografía, y lo sigue siendo. La llanura lo corrobora. Una geografía como identidad, por sobre todo. Sí, la llanura noble, indiferente al hombre. Estuvo ahí desde antes y va a seguir ahí cuando nos vayamos. Le pregunté si se imaginaba una América gobernada por los Austrias. ¿Cómo habría sido? Mucha magia, un miedo fascinante. Los borbones eran afrancesados, modernos, más ordenados, aburridos...

Lunes, más tarde. “La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos, arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio. Prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer, pero la triste verdad que debemos afrontar es que en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica. Pero en ocasiones el crítico sí se arriesga cada vez que descubre y defiende algo nuevo, el mundo suele ser cruel con el nuevo talento; las nuevas creaciones, lo nuevo, necesitan amigos.” La frase pertenece a Anton Ego, uno de mis referentes, y se dice en una de las mejores zonas de Ratatouille. Me obsesiona la figura, la silueta de Anton Ego, sus rasgos vampíricos, enjuntos, severos. ¿Por qué? Porque así se percibe al crítico. La escena proustiana de la película, por otra parte, es mejor que Proust.

Martes. Con días, incluso horas de diferencia, murieron Laclau y Verón. Una de cal y una de arena. Entre Laclau y Verón, la parca se llevó a Richard Hoggart también. Abril del 14 sin bibliografía obligatoria. A Hoggart le faltaban cuatro y llegaba a cien. Pero no pudo ser. Nació al final de la Primera Guerra, murió a los cien años de su inicio.

Martes, más tarde. Me imagino el Purgatorio como la estación de retiro pero con colectivos que te sacan del lugar cada tanto y te devuelven después de darte una vuelta por una ciudad llena de autos y embotellamientos. Todo retiro está envuelto en una bruma gris compuesta de exhalaciones humanas y gases de motores. Beckett podría haber escrito el mejor capítulo de una novela sobre Buenos Aires ambientándolo ahí. Más tarde, Cristino Bogado escanea un artículo viejo en portugués sobre Guillermo Cabrera Infante y lo sube a Facebook. La entrada está muy bien: "Cada país tem o Joyce que merece." Ahora decir que nuestro Joyce es Cortázar, el nombre aparece más adelante, me parece un poco boludo. Hoy nuestro Joyce es Twitter.

Miércoles. Chernobyl, ese pobre Chernobyl externo cumple años en unos días. Si hubiese sido ruso el mundo me conocería por un apodo extravagante y ya habría muerto hace mucho tiempo, inmolado en Chernobyl. ¿Qué decir? Madre Rusia, indiferente madre adoptiva, allí vamos de nuevo. Hay una pileta en
Chernobyl que me obsesiona. Una pileta cubierta. De paredes verdes y cerámicos blancos. Hay un reloj detenido. La pileta está vacía, arruinada por el tiempo y el abandono. Pero sigue siendo reconocible. En un momento buscaba su fotos en Internet. Encontré varias, muchas, una docena y después ya no
encontré más.

Miércoles más tarde. Diego Vecino escribió un breve texto sobre el Termidor kirchnerista. Lo tituló “Un mes sin luz en algún lugar de África.”

Jueves. Murió Gabriel García Marquez. Un jueves santo. Y abrió una canilla que goteará mucho. La larga cadena del significante, la carta robada, el fluir de la conciencia. Más tarde googleo a Kafka. “Deutschland hat Rußland den Krieg erklärt - nachmittags Schwimmschule.” En agosto se cumple cien años de que Franz Kafka escribiera esa frase en su Tagebücher. Schwimmschule, ¿clase de natación o escuela de nado?

Viernes. Murió un gordo de trescientos cincuenta kilos. Los familiares dicen que la culpa es del Estado. Trastornos privados y responsabilidades públicas. No tenía Twitter. Se llamaba Víctor Hourquebie. Perteneció a la minoría de los que mueren porque lo que aman los mata. Están los artistas del hambre y los artistas de la gula. Y también los artistas desperdiciados. Como tantos otros, Víctor Hourquebie todavía espera, en su cama de hierro, una ambulancia que no llega.