CHAU LIBRO/
Apología del libro electrónico

kINDLE/Por: Cicco. Qué libro electrónico ni qué ocho cuartos. Yo quiero un libro con tapas. Que se pueda abrir. Quiero un ibro macho que lo pueda meter en la biblioteca. En el bolsillo. Doblarle las hojas. En fin, quiero un libro al que pueda sentirle el olor a tinta. Un libro viril, de posta.

Todas estas idioteces pensaba hasta hace un mes atrás, cuando decidí comprarme un ebook y descubrí que todo este tiempo había actuado como un retrasado mental.

Y sí:  yo entiendo. Estamos acostumbrados a que el libro tenga páginas, sea algo sólido, palpable. Si se cae, no hay problemas. Se levanta y chau. Un libro es algo contundente, no una pantallita con tinta intercambiable que entra en el bolsillo y pesa como menos que una libreta. Pero, no se alarme, es natural de que todo cambio de hábitos nos encabrite un poco. Es cuestión de que pase un poco de tiempo. Si se acostumbró al piquete y al cepo al dólar, tranquilamente puede adaptarse al ebook.

Con los años, al libro lo arrastrará el mismo destino del disco, el video, el cidí, el casette, el dvd: fuzzzz, desaparecerá  del mapa. Las editoriales ya no saben qué hacer para sobrevivir.

En Mercado Libre se consiguen ebooks usados desde 700 pesos y el famoso Kindle Touch –se presiona la pantalla para pasar de página- desde 1099.

Como le contaba, desde que compré el mío  –un modelo Kindle básico, sin pantallita táctil ni colores-, soy el primero en alentar a mis amigos lectores a que se compren uno. Mi amplitud de lecturas se elevó exponencialmente. Un mes atrás, como no conseguía un libro en la Argentina, pensaba pagar más de 100 dólares para tráermelo. Ahora, en cuestión de minutos me lo bajé al Kindle. Y gratis. Existen cada vez más sitios donde uno puede descargarse pdf sin poner un peso –mi preferido es uno en inglés: www.ebooks-share.net-.

Hasta hace poco, como no conseguía los libros que me gustaban, debía fotocopiármelos y anillarlos. Tengo una pila de fotocopias anilladas en el armario. En una semana, me descargué todos esos libros en mi Kindle y sumé a mi biblioteca virtual 30 títulos más. Como venía lerdo para conseguir títulos, leía un libro al mes. Ahora, voy a un ritmo de dos simultáneos cada dos semanas. Cada vez que salía de viaje –como vivo a 100km de la capital, viajo mucho-, me llevaba dos o tres libros en la mochila. Ahora, con el Kindle basta y sobra. En mi vida lectora, acumulé cinco bibliotecas y ando pensando en comprar otra para dar cabida a los libros amontonados arriba. Cada mudanza que tuve, el traslado de libros fue un dolor de bolas. Quedarán lindos en la pared, pero puestos en cajas son una pesadilla. Además, hay que plumerearlos cada tanto, juntan mugre, arañas y demás. El espacio que ocupan las bibliotecas quedará culturoso y decorativo, y servirá a muchos para levantar minas, pero en el fondo, es un espacio bloqueado de la casa. Durante cuatro años viví en una casa tan chica que tuve que repartir buena parte de los libros entre mi familia. Mis viejos en el sótano, otros en el altillo. Traer más libros a casa significaba cerrar un paso a la cama o complicar la entrada al baño. No way.

A los amigos que aún no se convirtieron les digo: “Así como la música en mp3 te amplía el rango de escuchas, donde uno puede bajarse discografías enteras en cuestión de minutos, con la lectura electrónica sucede lo mismo. Todos esos libros que siempre quisiste leer, están a disposición. ¿Entienden? Nunca más vas a ir a la librería. Se terminó. Es el fin de los libreros”. Ya estoy por convertir a varios.

Soy de la idea que en un futuro no muy remoto, los libros van a quedar relegados para las bibliotecas. Y con el tiempo, a los museos. Y un tiempito más, y ni siquiera eso.

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