MESAS

Por Cicco. Tras un recorrido intenso por un puñado de librerías porteñas, incluidas un número considerable de locales de saldo, el equipo del asesino serial logró concebir una lista de aquellas temáticas que, por distintas razones, el lector pasa por alto, por no decir no se interesa, por no decir le importa un reverendo pito.

Para empezar llama la atención la cantidad de clásicos de la poesía subastados a precio de papel de filtro de cocina. Ahí está Neruda, Bécquer, Amado Nervo. Nadie los lee y nadie se esfuerza por entenderlos.

Hay, rebajados, infinidad de libros periodísticos. Desde investigaciones sobre el destino de las manos de Perón –un thriller más jugoso ameritaría si hubiesen robado la entrepierna del General-, hasta una reciente biografía de Cristina que despierta poco entusiasmo. Hay libros rebajados del Malevo Ferreyra y del piquetero D´elía, que lo único que le ha quedado del piquete, es el de ojos. La tendencia crece o decrece depende el lado que se lo mire: Los libros periodísticos están cada vez más baratos. En las grandes cadenas les dan poca vida: en seguida, lo pasan al descarte.

Novela se publica mucho pero se vende chaucha y palito. El gran Tom Wolfe, capo del nuevo periodismo, tiene libros bastante nuevos en saldo. Lo mismo Brett Easton Ellis, el genio de “Psicópata americano”. Ni los grandes del policial moderno se salvan: las novelas de Elmore Leonard, James Ellroy y Evan Hunter –o Ed Mc Bain, su nombre más conocido-, se consiguen más baratas que número aniversario de revista El Gráfico. Los libros sobre el sueco Larsson de la trilogía Millenium, ya juntan polvo. Uno los abre y estornuda.

Las colecciones literarias que lanzó Clarín están a precio de kilo de papas. Se consiguen desde los gandes clásicos de la literatura argentina, hasta la biblioteca Cortázar. Hace poco salió la biblioteca de Aguinis y así como salió, se fue. Y vino a parar a la fosa comùn que son las librerías de descarte en Corrientes.

A juzgar por los libros tirados a la buena de Dios, la historia argentina tampoco importa. Hay títulos de Félix Luna y Natalio Botana para hacer una escalera a la terraza. Y la historia universal, menos. Si ve algún libro, me avisa.

Los títulos infantiles de tan poco vendidos, ya hasta les da vergüenza exhibirlos. Ahora, tienen más revistas que libros. “Ya no compro más libros excepto que estén casi regalados”, le contaba un dueño de librería en Corrientes a un cliente. “Ya no tengo ni lugar dónde ponerlos y eso que esto es grande”.

Recetas de cocina, nadie las lee. Libros fotográficos, ya nadie los paga. Fascículos coleccionables, a quién se le ocurre juntarlos. Enciclopedias, para qué: ya está wikipedia.

Los libros de humor pasan de largo, los editan y en semanas uno ya los encuentra en la humillacion de la rebaja. Lo mismo sucede con los libros de autoayuda, los que descubren tendencias sociales o aquellos que contienen recetas mágicas para bajar de peso o subir de efectivo. Ya nadie los compra. Nadie les cree.

Luego de mucho sondear, descubrimos que tampoco se venden los libros de divulgación científica, ni las viejas ni las modernas novelas eróticas, no se venden los libros de rock, ni los ensayos. No se venden los filosóficos, ni los libros de viaje. No se venden los títulos sobre tecnología porque el rubro es tan vertiginoso que, en días, quedan obsoletos, ni los libros sobre nuevas drogas porque el público prefiere más que leerlo fumárselo.

Conocido todo esto, ahora descubrirá porque la gente escribe tan poco, lee aún menos y joroba tanto.

Tiempo atrás, publiqué una biografía del Potro Rodrigo y fui testigo de cómo de ser debatido en los canales de aire se desbarrancaba en pilas junto a otros títulos de segunda. En el sello, llegado un momento, me preguntaron si quería comprarlos a bajo precio o me atenía a las consecuencias: el saldo o, ups, la guillotina. Por supuesto: jamás los compré. ¿Para qué los querría? Para equilibrar mesas, funcionan mejor los cartones doblados en su justa medida. Y para matar mosquitos, prefiero el fuyi.