metegol fulbito

Por Cicco. Ahora que Campanella puso el tema del Metegol en su primer largometraje animado para chicos que copó las salas en vacaciones -el mejor estreno nacional de la historia-, llega la hora de elogiar al deporte de mesa y muñeca más popular de la Argentina, alrededores y más allá -tengo el dato acá que avala lo que digo, si quiere se lo muestro-. El metegol le gana al ping pong y al tejo por varios cuerpos. ¿Por qué nos gusta tanto? Ahora, lo veremos. O bueno, si no lo veremos al menos pasaremos un rato.

 

Algunos lo llaman fútbol de mesa y otros futbolín, pero queda medio como el traste. Aún no se sabe quién creó el metegol, si fueron los franceses o los alemanes. Están a punto de ir a la ONU para resolverlo -no tengo este dato, pues me parece que es verso mío-. Lo que se han puesto de acuerdo es que se creó básicamente por necesidad y porque hacía mucho frío para salir a jugar afuera y adentro estaba calentito. Y los vecinos pensaron que, nada mejor que replicar el fútbol puertas adentro. Así fue cómo a fines de la década del 20, o principios del 30, digamos en el quiebre de la década, más tirando para el lado del 20 que del 30, un poquito pero no mucho, veinti pico póngale, o treinta menos algo, como le contaba por esa época, concibieron el primer fútbol de mesa, muertos de frío. Se cree que había un puñado de carpinteros entonados y envalentonados que decidieron ponerse manos a la obra y meter mano a los muñequitos y al estadio.

Las mesas de metegol evolucionaron. Los jugadores y el sistema también. Pero siempre lo justo y necesario. La esencia es la misma. Y con el tiempo, no había país ni bar sin su fútbol de mesa. Hoy en día hasta tenemos la ilustre Asociación Argentina de Metegol, con competencias reñidas por todo el país. Los tipos le dan hasta con la muñeca.

Voy a confesarte algo: nunca fui muy habilidoso con el metegol, pero resulté en el mejor de los casos, un defensor aguerrido. Sabía pasarla, un poco limitado, entre los de la propia fila, pero conocí amigos que eran magos: pisaban la pelota, hacían la bicicleta, pin, pan pum, paredes milimétricas entre sus jugadores y gol hasta con el arquero -que, como bien sabrás, vale doble y es un dolor de escroto cuando te lo meten-. Asombroso. Jamás pude repetirlo. Ni con la mano.

Conocí a otro, de chico, que disparaba tan fuerte que aún recuerdo el impacto sobre la chapa y cómo la bola cada dos por tres, volaba fuera del estadio. Un groso. Le pegaba tan fuerte que te dabas cuenta que te había metido el gol por el sonido y porque ya no veías más la bola. Tenía una contra: los partidos se resolvían demasiado rápido y la ficha de metegol siempre fue más cara que la de video games. Era mejor jugar con pataduras como mis otros amigos. Más lerddo, pero mejor invertido el dinero.

Ahora bien, si te considerás un capo total, y querés medir tu nivel, comparalo con estos videítos que en el asesino serial tenemos para ofrecerte tras un esforzado trabajo de producción:

Una final de campeonato argentino

Una final en el 2011 entre Estados Unidos y Dinamarca.

Los trucos de los grosos en España.

Como podrás ver, los jugadores de metal, están out. Ahora es puro plástico. Si te sale el guacamole, es que sos un groso de verdad. Y en el asesino serial nos declaramos automáticamente tus fans. Pero si jugamos juntos, la ficha la pagás vos.