villanos de películas

Por Cicco. Cualquier idiota puede ser superhéroe. Basta con que venga de un planeta lejano, o se meta en una sala donde estén probando experimentos que incluyan radioactividad y algún que otro rayo desconocido –es un idiota, no lo olvide, ellos meten las narices donde no deben-, o que sea picado por arañas o murciélagos. En fin, lo importante es que el idiota despierte con un poder que exceda las capacidad del ser humano, y de la noche a la mañana, corra más rápido que nadie, se ponga verde y rompa las camisas, o simplemente quiebre la muñeca y dispare hilos de araña, lo cual quedará muy bien en los cómics pero complica la vida a la hora de cepillarse los dientes.

 

Podrá tener una infancia desgraciada –padres muertos a manos de un bandido con cara de payaso, o todo su planeta destruido en un colapso cósmico-, pero a partir de su bautismo de fuego, el superhéroe tiene el camino allanado hacia la gloria.

Como la moral y la justicia están de su lado, nunca va preso, la policía no lo reprime y, por si fuera poco, se va con las mejores chicas. El villano, pobrecito, tiene siempre las de perder.

Cómo no encariñarse con los malvados. Lejos de poseer un superpoder, tienen que romperse el cráneo para concebir un plan lo suficientemente maléfico e inteligente para dominar el planeta y, además, sacar a ese mequetrefe con capa y antifaz del medio. Es por eso que buena parte de los malvados, se dedican a las ciencias. No cualquier hijo de vecino puede ser científico –pero claro, cualquier hijo de vecino puede ser picado por una araña, ¿no es cierto? y ya sabe cómo termina la historia-. Para egresar como licenciado en ciencias, se necesitan, mínimo, siete años de carrera, pasantías en laboratorios, un sinfín de lecturas. Y, para concebir una máquina de destrucción masiva y de escala planetaria, se requieren buenos equipamientos, sponsoreos millonarios y jornadas maratónicas de planificación. Ser villano no es joda.

Por regla general, el malvado duerme poco. Es soltero, separado, o viudo –ocho de cada diez villanos, deben eliminar a su pareja, para tener más tiempo libre disponible en sus fechorías-. Trabaja jornada completa. Como no está empleado en blanco -¿para qué quiere contratar una empresa a un malvado? Están tapadas de gente así, sobre todo, en cargos jerárquicos-. El villano no tiene cobertura médica ni seguro de vida. Con lo cual, no dispone de dinero suficiente para comprarse un super traje y cada vez que tiene una batalla cuerpo a cuerpo con el héroe, debe atenderse en la guardia de un hospital de poca monta. Estas cosas no lo dicen las historietas porque los cómics, al igual que la historia universal, los escriben los que ganan.

Para colmo, el villano para montar semejante laboratorio, vive en barrios marginales donde el alquiler es más barato o en castillos helados sin siquiera una empleada doméstica que ayude, lo cual complica enormemente los costos de transporte y dificulta el reclutamiento de aliados en el crimen –para conquistar el mundo es más recomendable vivir en el centro a tiro para bombardear la Casa de Gobierno y el Palacio de la Justicia-

De tanto trabajo en pos del mal, el villano se alimenta mal, se ejercita aún peor, y, si uno pudiera analizarlo clínicamente, descubriría que asume un sinfín de riesgos a su salud, sin contar la inhalación de toxinas productos de todo experimento. Es por eso que los malos tienen esa cara. No es que sean feos, no señor, en su mayoría están muy bien dotados. El problema es que, el mal descanso y el estrés, les pone las ojeras por el piso.

Es necesario reivindicar al villano de una buena vez. El malo es uno de los pocos seres en este planeta que, realmente, se propone un cambio radical. Un superhéroe es apenas un engranaje del sistema. Un tipo pagado para que las cosas sigan como siempre estuvieron: como el traste. Un superhéroe es, en la práctica, un guardia de seguridad del gobernante de turno. El brazo superdotado –y superidiota- de la ley.

Sin villanos, los superhéroes se quedan sin empleo. Qué Estado va a bancar a los trajes a prueba de balas, las armas de última tecnología, los batimóviles y los laboratorios subterráneos de todo superhéroe en actividad, sin un malvado que le haga frente. Pues, para detener a ladrones de pacotilla y asesinos que, de tan brutos, siembran la escena del crimen hasta con su tarjeta personal, para capturar a esta gente ya está la policía. Y como podrá imaginar si hay alguien que detesta a un musculoso de capa y calzones elásticos y con el pecho estampado con una inicial grande como masa de pascualina, no sólo son los villanos. A los policías tampoco les caen bien. Un superhéroe, lo único que hace es poner en evidencia la inoperancia de todo oficial que juega en inferioridad de condiciones. Sobrevolar un barrio peligroso desde el cielo, con mirada rayos x y puño de acero es una cosa, pero patrullarlo a pie, con un arma que a duras penas dispara balas de verdad, con frío y con un puño tan frágil que no permite ni perforar el diario del domingo –es voluminoso, lo sabemos-, ese es otro cantar.

Por último, ¿ha visto con detenimiento a los archienemigos de los superhéroes? Parece un desfile de freaks. El Guasón víctima de una una cirugía espantosa en la cara, Lex Luthor calvo y desfavorecido, el Duende Verde con una máscara atroz, ni qué hablar del Pingüino y el Dr. Octopus. Gente que, si uno la tuviera de vecino, la denuncaría por portación de cara.

Es por eso que el mundo necesita que dejemos a esta gente en paz. Dejémosla hacer su trabajo. Además, este es el peor de los tiempos para ser villano. Piénselo bien: hay demasiada competencia.