adan y eva

Por Cicco. No sólo fue la primera pareja de la humanidad, y los primeros en pisar el palito y transgredir una orden y qué orden, que nos terminaría jorobando a todos. No sólo fueron la razón de ser de nuestra caída estrepitosa del paraíso en este infierno llamado Tierra. Por si fuera poco, Adán y Eva fueron los primeros en contemplarse como Dios los trajo al mundo, poner el grito en el cielo y ejercer la censura.

 

Aún no existía el pixelado, ni la banda negra, ni prohibiciones restrictivas para menores. Nadie se había arrepentido jamás de hacer algo. Todo era silvestre, armonioso y sobre todo, bellamente en bolas.

En tiempos donde el paraíso aún no estaba perdido y el hombre tenía alguna chance de ser salvado, lo primero que hizo la parejita al probar el árbol de la sabiduría fue, ups, cubrir sus partes íntimas con hojas de parra –nunca nadie sabrá cuántas necesitaron, las medidas de Adán y Eva se han perdido por siempre-. Para los teólogos, con ese acto, esa maldita manzana ponzoñosa introducida por la serpiente –el primer publicista de la humanidad en vender gato por liebre-, no sólo perdimos el paraíso. Además, perdimos la inocencia.

Pasaron muchas manzanas desde entonces. Y, vamos a decirlo con franqueza: excepto en nuestros primeros años de vida, no quedan rastros de inocencia en nosotros. La hoja de parra, con los siglos, se transformó en bikini. Trikini. Slip. Cola less. Hasta que desapareció por completo, llevada por los vientos de cambio. Antes se lo llamaba caída de la inocencia. Luego, se lo llamó destape.

Hasta no hace tanto, se reservaba el desnudo en tevé al horario nocturno y a las revistas de mujeres sin vestuario se las envolvía en nylon oscuro, como si fueran vidrios polarizado. En fin, se las protegía de los niños, ese último y frágil bastión de inocencia.

Durante siglos, sólo se desnudaban unos cuantos valientes, apartados de la sociedad y desterrados del mundo como gusano de una manzana. Antes, los nudistas eran marginados, y vistos como retorcidos y locos. Ahora, son idolatrados y tienen el triple de seguidores en Twitter. Tres años atrás, una encuesta sobre 1200 adolescentes norteamericanos, reveló que uno de cada cinco había enviado con sus teléfonos fotos suyas desnudo a sus compañeritos. Lo llaman sexting. Hasta se deslizaron vía celulares, imágenes muy poco textiles de estrellas teen como Miley Cirus y Vanessa Hudgens.

En tiempos de nudismo 24 horas, el desnudo asume el mismo rasgo que las alarmas de automóviles: de tantas que hay por las calles, ya nadie les presta atención. No asombra que, para vender cerveza, o aperitivos, o automóviles de alta gama, se emplee la insinuación de un cuerpo sin su respectiva hoja de parra. Lo que llama la atención es que, cuando se trata de vender, a un genio del marketing se le ocurra usar más tela que piel.

Osho, ese místico explosivo de India que se parecía a Papá Noel y que juraba que el orgasmo era como una pequeña iluminación, sostenía que la muerte es el gran tabú en Occidente. En Oriente, en cambio, el tabú es el sexo. Por estos lares, hablar de sexo y desnudos es moneda corriente. Hay programas de chimentos con producciones de alto voltaje en horarios aptos para todo público. Siempre hay páginas y páginas en las revistas con chicas –deportistas, funcionarias, celebridades, en apariencia, conservadoras- que, por esas casualidades de la vida, han perdido sus hojas de parra. Pero de la muerte, ni noticias. Se la menciona en cifras dramáticas, pero no vemos la muerte cruda, cara a cara, en los medios.

En Oriente, sucede a la inversa. La muerte está integrada a la vida. Sin embargo, cada vez que una mujer islámica se quita los velos, o una joven de Bangladesh decide hablar de sexo, el mundo, esa parte del mundo, se sacude.

Negar el sexo y el desnudo es negar de donde venimos. Negar la muerte es negar hacia donde vamos. Ambas no cuentan toda la verdad. Por si fuera poco, hay gente que vive de la cintura para arriba. Y gente que vive de la cintura para abajo. En todos los casos, están partidos por la mitad.

Desnudarse sumará puntos de rating. Elevará el cachet de las estrellas. Venderá más revistas. Pero ya no sorprende a nadie. El hombre siempre busca lo nuevo. Y luego de desandar el Kamasutra de punta a punta y visitar la anatomía femenina en horario prime time, ya está un poco cansado del asunto. Imagino el futuro donde dos amigos dirán en la mesa de un ciber bar: “Mirá esa chica. Parece una monja. No se le ven ni las rodillas. ¡Cómo me calientan las mujeres vestidas!” A lo cual, el amigo responderá: “El otro día, en la playa, ví a una chica en bikini. Uf. Un asco”.