seymour hoffman

Por Cicco. Qué pena mis amigos. Tanto perejil que goza de buena salud, y hay que despedirlo a Philip Seymour Hoffman, uno de esos actores que te hacen seguir pensando que existe gente talentosa en Hollywood. “Philip fue uno de los hombres más miseros que conocí en mi vida”, escribió un periodista de The Guardian, que lo entrevistó dos años atrás, “y también uno de los más humanos”

 

La primera vez que lo ví a Philip fue en Magnolia en el 2005, tenía un personaje lateral pero emotivo: Phil Parma, un enfermero de un paciente terminal. Hizo del legendario y alocado crítico de rock Lester Bangs en Casi famosos. Hizo de periodista metiche en Dragón rojo, la primera de la trilogía de Hannibal Lecter, que termina prendido fuego en una silla de ruedas. Después fue Capote, y parecía un calco de Truman, ese escritor también, como él, sufridísimo –le dieron un Oscar por el trabajo-. Pero como todo actor talentoso, Philip era flexible. En “Mi novia Polly” hace el rol de amigo loser, patético y vanidoso de Ben Stiller. Se llamaba Sandy, una risa. Y cuando representó al malvado en Misión imposible III, la pucha, cuando quería, era de temer. O cuando interpretó a un ambicioso hombre de negocios drogón en “Antes de que el diablo sepa que estés muerto”, que trama un robo a la joyería de los padres y todo sale para el traste.

Semanas atrás, lo ví a Philip por última vez en “En llamas”, la segunda parte de la saga de Los juegos del hambre –las dos sagas siguientes, quedó sin grabarlas-.

Verlo a Hoffman siempre era como reencontrarse a un viejo amigo: sabés que en sus manos uno no la puede pasar mal. Era reconfortante saberlo cerca. Y vivo.

Como te habrá pasado a vos, siempre lo vimos, pero nunca lo escuchamos. Nunca supimos de su vida hasta que los medios informaron de su muerte, en apariencia, por sobredosis de heroína. Y ahí uno comprende la tragedia detrás de la máscara. El drama detrás del ese hombre que balbuceaba sus papeles dándole una sensación de permanente fragilidad. Somos, en fin, un poco egoístas. Sólo queremos que los actores trabajen para nosotros. Y lo demás, no nos importa.

Lo que hice en estos días fue leer sus entrevistas para entender cómo pensaba el hombre que había encarnado a un puñado de los persoajes más encantadores e intensos de los últimos tiempos. Un hombre que había pasado por rehabilitación por drogas a los 22. Y el año pasado había vuelto a caer. Ahora tenía 46. Tenía tres hijos. Era un grande. Y la pasaba bastante mal en la vida.

Les dejo unas frases de su boca para que no olvidemos a Philip.

“Comprendo muy bien a esos actores jóvenes que tienen 19 años y que de repente son guapos, ricos y famosos. Si entonces hubiera tenido tanto dinero, hoy estaría muerto”,

“Ser un gran atleta requiere la misma clase de cosas que llevan ser un gran actor. Una especie de concentración, un sentido de la privacidad en medio del público y un sentido muy similar a pérdida de la conciencia”.

“Aún veo la idea de beber con la misma ferocidad que tenía cuando era joven. Aún es bastante tangible. Nunca tuve interés en beber con moderación. Y aún no lo tengo. Sólo porque haya pasado el tiempo sin haber tomado alcohol no significa que éste sólo sea un momento de impasse. Ese soy yo”.

“Descubrís que con las decisiones que tomás en el camino, tenés que elevarte o cambiar, de lo contrario vas a quedar en la oscuridad”.

“Esta es la condición humana, despertarse, y tratar de vivir tu día de una forma que uno pueda irse a dormir y sentirse bien consigo mismo”.

“Tengo una familia ahora. Hay cosas en las cuales pienso y que trata mi nuevo fil: Es esta la vida que quería? Y si no es así, ¿qué vas a hacer ahora que ya no sos más joven?”.

“La vida es una cosa emocional”.