falsa foto de calamar gigante

Por Cicco. La primera vez fue un amigo que mandaba la foto de un calamar gigantesco tamaño crucero en una orilla rodeada de gente. Luego otro amigo, envió un video de lo que, él y toda la cadena, juzgaba de innegable avisamiento ovnis pues había platillos y había una ciudad colmada señalando hacia el cielo. Por último llegó un compilado de fotos y música donde cantaba, se suponía Michael Jackson convertido al islam poco antes de morir.

 

La primera foto, claro, era trucada –no había ni sombras en el calamar-. El video del ovni era claramente fotos de platillos vaya a saber si de una peli, y otras fotos empalmadas de gente señalando el cielo en una ciudad de Lejano Oriente. Nunca estaba la gente junto a los platillos. Era apenas cortar y pegar: un recurso barato que mi amigo se había tragado como un sapo. Y, por último, el que cantaba alabanzas a Allah no era Michael Jackson: era alguien muy parecido.

¿Pero saben cómo dí con todas estas respuestas? Fácil, soy periodista. Un periodista se dedica a evitar que le vendan buzones. Y las redes sociales parecen una muestra del correo: hay buzones por todas partes. No pasan más de 24 horas para que tu casilla o tu muro se llene de pescado podrido. Las redes sociales tratan básicamente de cortar y pegar. Pocos se preguntan de dónde viene todo eso. Esta semana me llegó un ponencia de Chico Buarque, a quien mencionaban como ministro de Educación de Brasil defendiendo el valor universal del Amazonas. Incluía el texto, un videíto de Chico al final. Resulta que en verdad, el que había dicho aquella defensa maravillosa sobre el Amazonas era otro Buarque: Cristovam Buarque ex gobernador en tiempos de Lula. Y no había sido ahora. Era un texto que databa de escuche bien, ¡14 años atrás!

Las redes sociales son un viva la pepa. Se dan como carne fresca, como información de último momento algo que puede haber sucedido en los ’90. Si no fuera porque nos toca de cerca, dentro de poco veríamos un video de Olmedo contando sobre la misteriosa bolsa de nylon que sujetaba al caer del balcón, como si fuera un titular del día. Qué cosa.

Los argentinos tendremos espíritu crítico pero se nos caen los filtros cuando hay algo que nos gusta. O que comparte nuestro punto de vista.

Mamá, cada dos por tres, entre sus power points de viaje, envía o sube textos regados de miedo: la mujer que, decía, murió cuando le explotó su celular porque estaba cargando la batería –desde entonces mamá nunca habla mientras lo carga-, hasta campañas por juntar firmas en reclamos que no existen.

Uno de mis cadenas favoritas de información trucha: aquel que, juraba, era un veterinario que cerraba el local y regalaba todos sus perros de raza. Prefería obsequiarlos, decía, antes que tener que “gasearlos”. Cada tanto esa cadena vuelve a llegar a mi correo. Es, como podrás imaginar, falsa. Los teléfonos no existen y el que inventó ese chiste debe estar riéndose hace años.

La gente tiene con Facebook y las cadenas la misma actitud que tiene frente a su canal favorito en la tevé: bajan la guardia y compran lo que venga.
Es por eso, mis amigos, que la red necesita de periodistas. Gente que se hace las preguntas obvias, ya por su propia naturaleza: ¿de dónde surgió esta información? O, para decirlo en términos de la jerga mediática: ¿cuál es la fuente? ¿Salió en un diario, en un noticiero? La cadena da pistas para poder rastrear su origen o toma astutamente los recaudos para que nadie logre saberlo.

Estoy contento, ¿y sabe por qué? Porque hasta hace poco, cuando me preguntaba para qué sirven los periodistas solía quedarme callado. Ahora, cuando me preguntan, les respondo: “Servimos para vigilar internet. Somos los guardianes, viste. Como superhéroes”, les digo. “Gracias a nosotros, la gente como vos no asimila cada correo basura que les llega como si fuera verdad caída del cielo y después tenés que escucharlos usándolos como argumento en la mesa”. Brindemos por los periodistas. Después de mucho tiempo de existencia, descubrimos que para algo, sirven.