Office Space

Por Javier Porta Fouz. Esta semana vi dos películas flojísimas. Esta de terror. Y esta de “buenos sentimientos”. Dos versiones muy distintas del mal cine. En las dos había actores secundarios que habían participado de mejores películas. Deborah Kara Unger en Crash (la de Cronenberg), Malcom McDowell en muchas, Dianne Wiest en Hannah y sus hermanas. ¡Y Ron Livingston!

En el estreno de ayer La extraña vida de Timothy Green, Ron Livingston hace de empresario, dueño de fábrica, heredero de un linaje de la industria de los lápices (que se plantea como en extinción o al menos en crisis), jefe que echa gente, o que hace echar gente en realidad. Ron Livingston hizo un papel muy distinto en Office Space, aquí titulada Enredos de oficina, dirgida por Mike Judge, la única de las dirigidas por Judge (las otras son Beavis and Butt-Head Do America, Idiocracy y Extract) estrenada en cines en Argentina, y que fue un fracaso. En Office Space Ron Livingston es Peter Gibbons, empleado de una empresa de tecnología que odia su trabajo. Esta es una película de 1999, histórica en varios aspectos. El trabajo de Peter es adaptar software para “el 2YK”, esa catástrofe informática que no ocurrió, o al menos no ocurrió en el modo catástrofe que se anunciaba. Un trabajo tecnológico en el momento en el que estaba aún menos extendido que ahora el trabajo a distancia.

Peter Gibbons, un personaje clave de fines del siglo XX, iba a la oficina a trabajar efectivamente algo así como el 7 u 8 por ciento del tiempo allí transcurrido. Peter, presionado por su novia para que cambie de actitud, se somete a un tratamiento de hipnosis que queda por la mitad. Y así Peter hará y dirá lo que piensa, que incluye dormir hasta cuando quiera, llegar a trabajar en ojotas, y hablar sin filtros laborales a los consultores que vienen a echar gente. Y no solo no lo echan sino que lo ascienden. Office Space es una película especialmente corrosiva sobre el mundo del trabajo en oficinas, la lógica corporativa, las torturas diversas de la infinita burocracia laboral (aunque Ud. no lo crea, en oficinas públicas argentinas se siguen usando los memorándums en papel), las comunicaciones múltiples a repetición, y la fotocopiadora maligna (Peter y sus compañeros tendrán su venganza, en una secuencia catártica memorable).

En Office Space, además, está Jennifer Aniston. Su personaje Joanna trabaja en uno de esos locales de comida en los que les hacen poner prendedores “optativo-obligatorios” a los empleados. Y está Milton, con su abrochadora y su frustración a presión. Pero además está, encendida, la mirada crítica y corrosiva de Judge, que en un par de planos pone en escena el disparate del desplazamiento en coches y más coches con un solo pasajero hacia el trabajo, y también la falta de facilidades para caminar entre la empresa y los lugares para comer. Judge mira el absurdo del mundo laboral con la lógica lúcida de la comedia, lógica que le permite desnudarlo, hacerlo visible y risible. Office Space es una de las películas fundamentales sobre el mundo del trabajo, sobre cómo era a fines del siglo pasado (y todavía es en muchos aspectos). Si no la vieron, bueno, ya tienen trabajo cinéfilo para hacer.