bleu y el talentoso mr ripley

Por Javier Porta Fouz. Está claro que con Habemus Papa, Nanni Moretti se adelantó a los acontecimientos. No solo por mostrar un Papa europeo que dejaba sus funciones sino porque además dejaba bastante claro que las chances de un Papa sudamericano eran altas. Si todavía no la vieron, háganlo. No solo está en tema –es casi increíble su poder de vaticinio vaticano– sino que además es una película de Moretti, uno de los cineastas fundamentales. Pero no quiero escribir sobre Moretti. Ya escribí muchas veces, y sobre Habemus Papa lo hice acá y acá Tampoco quiero hacer una lista de películas sobre Papas o que transcurran en el Vaticano. Pero me acordé de un cineasta católico: Anthony Minghella (que murió en 2008, a los 54 años) que después me llevó a otro.

Minghella. El de El paciente inglés, oscarizada y detestada por algunos cinéfilos (no es mi caso). El de alguna floja como Cold Mountain. El de buenas comedias de principios de los noventa como Truly Madly Deeply y Mr. Wonderful (acá llamada ¿Con quién caso a mi mujer?). Británico de familia italiana (que tenía fábrica de helados, para más datos), su gran película fue El talentoso Sr. Ripley, basada en el libro de Patricia Highsmith (que tuvo otras versiones en cine, incluida la poco atractiva A pleno sol, de René Clément y con Alain Delon). La película de Minghella quizás se excedía en planos demasiado bellos. Un exceso comprensible, porque estaba ambientada en lugares hermosos de Italia y la acción transcurría a fines de los cincuenta. Más allá de esta objeción menor, la película tomaba al personaje de Ripley y lo convertía en un asesino pasional, en caliente, y así modificaba la frialdad y la premeditación del libro. “Italianizaba” un personaje anglo con una base narrativa ordenada y eficaz (y con una gran actuación de Matt Damon, como es habitual).

Lo entrevisté a Minghella cuando vino a la Argentina a promocionar la película en el año 2000. Este es un fragmento de la entrevista (aviso que en lo que viene se cuenta el final):

Al final del libro, Tom Ripley termina sin castigo y sin culpa. En la película es diferente: él siente culpa. ¿Por qué decidió cambiar el libro en este punto?

Porque para mí esa es la verdad: no hay reconciliación con uno mismo después de quitarle la vida a alguien. De ahí en adelante queda una marca y no hay manera de lavarla, no importa si te la pueden ver o no. Me asombra que los críticos no hayan resaltado eso: es un film tan católico, un film hecho por alguien que de niño iba a misa y creía en el purgatorio.

¿Asistió a una escuela católica?

Sí, fui educado por monjas y monjes, y pienso que aunque luego uno se separe intelectualmente de todo esto, queda impreso en vos, en la manera de ver el mundo, un mundo de cielo, infierno y purgatorio, en el que uno tiene un ángel guardián que puede abandonarte si transgredís.

En esa misma entrevista, Minghella me contaba de su admiración por Krzysztof Kieslowski e incluso pensaba en qué podría haber hecho el polaco de Bleu, Blanc y Rouge con Ripley. Muerto en 1996 también a los 54 años, Kieslowski era un cineasta notoriamente católico, y hasta hizo una miniserie sobre los mandamientos (Una película de amor, la que más me gusta de su filmografía, es una versión extendida de un capítulo de la miniserie).

Algunos años después Minghella produjo una película que dirigió el alemán Tom Tykwer y cuyo guion había escrito Kieslowski y no había llegado a filmar: Heaven (aquí estrenada como En el cielo), una película con amplias resonancias religiosas. Recuerdo que esa película me fascinó y que me enojé mucho con críticas del momento que la maltrataron.  Ya que estamos en días en los que se habla mucho de catolicismo, sería bueno recuperar este film católico. En la larga crítica que escribí en El Amante en el momento del estreno (2002) puse esto: “Artefacto extrañísimo, inclasificable y tal vez invendible a casi ningún público. En el cielo no entra en las categorías vigentes de la crítica en serie. Se la desprecia y se la ridiculiza, no se la interroga. Su superficie, plagada de incógnitas, es texturada desde el cielo, en un comienzo de simulador aéreo, y hacia el cielo, en el final cegador, que da un cierre en un grandísimo plano general de una belleza tal que deja solamente dos opciones al espectador: continuar en la negación de los misterios intensos que puede plantear el cine, o aceptar el amor apasionado que puede manifestarse en riesgos de todo tipo, incluso la incomprensión; riesgos que se corren al hacer lo que uno cree justo.”