películas

Por Javier Porta Fouz. Primero la televisión, luego los VHS, los DVDs, los Blu-rays, las películas en los teléfonos, en las tablets, en los discos rígidos extraíbles, en los pen drives, los Smart Tvs, la Internet en general y en particular, Youtube y sus parientes y seguramente muchos más etctéteras (y sin olvidarme de las proyecciones en Súper 8, cuando lo que uno tenía eran algunos minutos seleccionados de las películas). Lo sabemos todos. Esos formatos, tecnologías y dispositivos hicieron, hacen y harán…

…que sea cada vez más fácil el acceso a fragmentos de películas para verlos una y otra vez, a secuencias elegidas, a momentos, a instantes específicos. Selecciones de actrices o actores: sus momentos en una película, sus momentos en muchas películas. Videos sobre cómo cambió el pelo de un actor, sobre las mutaciones en la nariz o en las tetas de una actriz. Cada vez hay más disponible, cada vez se puede fragmentar, elegir y seleccionar más. Las ideas de “elige tu final” en el cine (lo interactivo en ese sentido) no funcionó, y a lo sumo uno se acuerda de los libros que aquí editaba editorial Atlántida: la serie de “Elige tu propia aventura”.

El fragmento se ha vuelto una forma de consumo extendida, habitual, recurrente, una forma normal. Sin embargo, todavía existe, y seguramente siga existiendo por mucho tiempo más, la forma tradicional de ir a ver una película al cine, o incluso de verla en la casa de uno, de principio a fin y en las mejores condiciones de concentración posibles (a veces incluso mejores que las que se pueden conseguir en una sala de cine).

En ese contexto, o como consecuencia de ese contexto (otro día escribiré sobre cómo ver una película en fragmentos puede ayudar incluso a verla mejor), o a pesar de ese contexto, o quizás porque me estoy poniendo más viejo, o por manía, cada vez me preocupa más que una película ofrezca algo más que una colección de fragmentos que tengan ganas de independizarse. En los años sesenta Pauline Kael veía como artefactos pop y como una sucesión de viñetas intercambiables a las de James Bond y a las de Richard Lester con los Beatles. Hoy en día (bah, siempre desde que las vi) me gustan más las de los Beatles que las de Bond, pero eso no viene al caso. Y hay fragmentos que me gusta volver a ver sin ver el resto de la película, por ejemplo el robo con música de Nina Simone de la versión McTiernan de El caso Thomas Crown, aunque una razón no menor debe ser porque la tengo en Blu Ray, uno de los poquísimos que tengo. Pero eso tampoco viene al caso. Más allá de todo eso, y de que podría ver mil veces el final de Los Muppets aislado de todo, quiero que las películas tengan una cohesión, un tema que las unifique, algo que las convierta en películas y no en una mera sucesión de fragmentos.

Por supuesto, hay películas de gran cohesión que son peores que algunas simpáticas colecciones de fragmentos. Por ejemplo, tiene mucha cohesión La cinta blanca de Haneke, pero prefiero por mucho la nueva Superman, a la que han dado en llamar El hombre de acero que, sí, habría quedado mucho mejor con un tema que la unificara (escribí sobre el asunto acá) pero que como una suma de grandes secuencias provoca emociones de alto impacto. Y hay películas magistrales que parecen fragmentarse, incluso partirse a la mitad, pero que en realidad tienen claro su núcleo, su punto de partida y de llegada, porque son películas con trama (cada punto es solidario de la tensión total) más que con argumento. Un ejemplo en ese sentido es Tabú de Miguel Gomes. Sigue en cartel, vayan a verla.