Por Javier Porta Fouz. Escuchás una canción en una película. Querés saber cuál es para así poder conseguirla. Esta situación cambió mucho en las últimas décadas. Atención: si tenés menos de 30 años podrás enterarte de prácticas perturbadoras que solíamos manejar los mayores.

 

Los setenta, principios de los ochenta. Veías una película en el cine, te gustaba una canción. Te gustaba mucho una canción. No la conocías. Querías saber cuál era. Te quedabas hasta el final de los créditos, pasaban rápido los títulos de las canciones, de los intérpretes, de los compositores, de los dueños de los derechos. Textos que parecían pequeños párrafos que iban en dos columnas, todavía hoy se usa este formato. No tenías ni idea de cómo se llamaba la canción. Se anunciaban en el orden en que habían aparecido, así que si tenías alguna otra como referencia podía ser útil. Después tenías que acordarte del título y/o el intérprete, salvo que anotaras. Sí, no era una mala idea anotar, pero había que llevar anotador al cine, no había celulares ni tablets. Si te olvidabas de lo que habías leído… había que volver a ver la película, o pedirle a alguien que la fuera a ver que se fijara tal o cual canción. O tener la suerte de que alguien que supiera de música te dijera cuál era la canción en cuestión. Si tenías el título y/o tenías el intérprete, había que conseguir el disco. Quizás alguien lo tenía, o se conseguía. Y si no, a esperar a conseguirlo, o a que pasaran la canción por radio. Y si la pasaban… bueno, casi nadie tenía la posibilidad de grabarla cuando la pasaban. Y si se tenía el instrumental, bueno, había que estar preparado para cuando empezaran a pasarla. Grabaciones cortadas, empezadas, con la voz del locutor, a veces en medio de la canción.

Fines de los ochenta, principios de los noventa. Película en VHS, te gustaba una canción. Bueno, menos tensión. Había que esperar a los créditos del final, pero se podía adelantar. Y se podían volver a ver, retroceder una y otra vez hasta dar con el título buscado: poner en pausa solía hacer que la imagen temblequeara tanto que no se podían leer los textos. Pero a no dormirse y dejar pasar la oportunidad de hacerse de los datos sobre la canción, porque el VHS había que devolverlos al videoclub. Luego, conseguir la canción, quizás hasta en CD, y si era el caso… o comprarlo o grabar la canción en un casete, o de casete a casete. ¡Armar compilados de canciones de películas! Pero si no se conseguía la canción en un disco o casete –no había tiendas virtuales– bueno, esperar a la radio, o un clásico rústico pero bastante extendido: grabar desde el televisor. Algunos lo hacían con cables que hoy consideraríamos antediluvianos pero muy sofisticados para la época, al menos en términos hogareños. O, directamete, apoyando el receptor de grabación del grabador (“pasacasete”) lo más cerca posible del parlante de la tele (pero sin que distorsionara) y poner el fragmento y grabar, Play en el VHS y Rec + Play en el grabador, con casete virgen (o casete grabado con las orejitas tapadas con cinta o bollito de papel). La calidad de sonido, obviamente, no era la mejor. Era, de hecho, bastante mala. Pero estábamos orgullosos de compilar las canciones que más nos gustaban de unas cuantas películas, aún con el ruido a patinada de cinta que podía ocasionar el Rec+Play, y a veces hasta con diálogos de la película que se pisaban con la canción. ¿O cómo creen que obtuve la canción que cantaba Steve Martin en La tiendita del horror antes de tener un CD que compilaba grandes éxitos de películas?

Desde fines de los noventa hasta ahora: CD-Roms con datos de películas, Imdb, Google, DVDs, Blu-Rays que se pausan perfectamente, el “soundtrack listing” bien completo de cada vez más películas en Imdb. Facebook para preguntar, Twitter, las Yahoo answers, las bases de datos de lo que se les ocurra. Si maneja Internet, el que quiera saber cómo se llama una canción que le gusta de una película y no puede encontrar el dato… tiene ser muy el distraído o no ponerle nada de esfuerzo. Para escuchar la canción hay múltiples opciones para las más conocidas, e incluso para las que no son tan conocidas. Pero entrar en detalle sobre lo que es nuestra normalidad hoy en día no tiene demasiada gracia. Si leyeron la descripción de los párrafos anteriores sobre esas prácticas de apariencia medieval para conseguir canciones, podrán observar que veinticinco años atrás no teníamos las cosas tan fáciles. Quizás por eso todavía guardo muchos casetes, como prueba de tantos esfuerzos compilatorios.