LADRONA DE IDENTIDADES

Por Javier Porta Fouz. Una comedia, no se estrenan tantas en el cine. Las veo casi siempre. El género me gusta. Claro, a todos les gusta, dicen. Bueno, en primer lugar, conozco gente a la que no le gustan las comedias. En serio no le gustan. No les gustan, prefieren ver –y lo dicen así– películas que “les dejen algo”. Yo creo que dejaría de ver cine nuevo si no se hicieran más comedias.

 

Así las cosas, vi Ladrona de identidades, del director del documental The King of Kong y también de Quiero matar a mi jefe (Horrible Bosses, de la que está preparando la segunda parte). Como ocurría con Quiero matar a mi jefe, Ladrona de identidades es una película a la que le falta una fluidez mayor, una unidad más compacta, una mirada más grande, que vaya más allá de la suma de fragmentos cobijados por una excusa argumental no muy sólida. Estas dos películas de Seth Gordon tienen un tema no del todo común para la comedia, porque incluso en las que no son estrictamente comedias románticas, las relaciones de pareja suelen tener mayor peso. Y estas dos comedias de Gordon se centran en el trabajo. Quiero matar a mi jefe se organizaba a partir de las relaciones de empleados con tres jefes abominables distintos, y de las maneras de derrotarlos.

Ladrona de identidades, del lado del personaje de Jason Bateman, se trata de cómo conservar un nuevo puesto de trabajo recién conseguido que implica no tener que soportar más a un jefe maligno. Del lado de Melissa McCarthy, en cambio, se trata de otra cosa: su personaje es el de una desesperada, una mujer gorda y solitaria que no tiene idea de cómo vivir, ni siquiera de cómo querría vivir. No es simplemente una adicta a comprar cosas, sino además a la mentira constante, al fraude, a hacerse pasar por otra persona. Al revés de lo que suele suceder en las comedias (y en los westerns) en Ladrona de identidades es la mujer protagonista la que se convierte, no tanto el hombre. Un rasgo inteligente de la película es no haber planteado al personaje de Bateman como un hombre desagradable. Y en el conflicto de la película él tiene razón, eso no se pone en duda. Lo interesante es ver cómo se enfrenta al problema: y el problema es que se le cruzó una persona que es tremendamente distinta a él. En ese juego de personajes desparejos en viaje por Estados Unidos la película remite a Todo un parto y, por lógica consecuencia, a Mejor solo que mal acompañado. La lógica del flaco y el gordo, de persona con la vida “ordenada” y la que está en la búsqueda de algo, o incluso desesperada, con conflictos mayores.

La química de hombre-mujer, y de estilos actorales con facilidad para el choque seco (verbal y físico) logra los mejores momentos de comedia: golpes, objetos arrojados, persecuciones: Bateman y McCarthy brillan en ese aspecto. Cuando la película se centra en ellos, irradia esa felicidad que nos propone la comedia incluso al acercarse a las neurosis más oscuras, a los miedos más básicos. Cuando para relatar abusa del sentimentalismo y las explicaciones, y de la música demasiado obvia y explicativa, se hace más rutinaria. Hay un lado más salvaje de esta película, más crudo, que se ve atenuado por un acabado demasiado blando. Pero en Ladrona de identidades hay señales que indican que cuando Seth Gordon suelte su ferocidad, su capacidad para el golpe cómico, logrará una gran comedia. Por ahora, Ladrona de identidades ofrece unos cuantos buenos momentos, a los que se suma la presencia –con hermosas arrugas, sin falsedades—de Amanda Peet con sus cuatro décadas.