LOS BAÑEROS

Por Javier Porta Fouz. Este texto no es una crítica de Los bañeros más locos del mundo. Pero su reestreno nos pone frente a uno de los flagelos que soportamos desde hace muchos años. ¿La cara fea del cine argentino? No, de vuelta, no se trata de una crítica de la película. Es su título (y algo más) el objeto de este artículo.

 

1. “Bañeros”. Nos lleva a una playa con ellos. A una playa normalizada, pavimentada, con instituciones, cuidadores, vendedores, mucha gente, pito, salvavidas, largavistas, caseta. Una playa con bañero es una playa no desierta. Es, por lo general, una playa multitudinaria. No conozco otro país cuyas imágenes de promoción turística de destinos “de mar” cuyas imágenes sean fotos de playas multitudinarias. “Bañeros” en el título indica arenas contrarias a las de La playa de Danny Boyle con Leonardo DiCaprio.

2. Pero lo más importante del título no es bañeros ni el inocente artículo “Los”. Lo complicado es lo que viene después. “Más locos del mundo”. Los más. Del mundo. Desde una playa provinciana, de cabotaje, salimos al mundo y les ganamos a todos en una competencia que nadie solicitó. Pero acusar a un título argentino de chauvinista es, en el fondo, despotricar contra la lluvia. Y en estos casos es además una pavada, una veleidad. Es un mero título de una película, y nuestra enfermedad nacionalista tiene derivaciones mucho menos bobas. Y nos queda un año mundialista por delante.

3. Sin embargo, no es el triunfo por encima del mundo lo crucial. El corazón de las tinieblas está en otro lado: en el adjetivo “locos”. En la historia del cine nacional (y de la distribución nacional de cine extranjero) hay una obsesión por ser loco, loca, locas y locos. Papá se volvió loco, Dos locos en el aire, Bañeros II, la playa loca, Los pilotos más locos del mundo, etc. En términos de distribución tenemos entre decenas y decenas Un loco suelto en Beverly Hills (Down and Out in Beverly Hills) y Pánico y locura en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas). En fin. Loco. Locura. Loquitos, loquitas. En los títulos de películas “loco” amplía notoriamente su campo semántico: abarca divertido, entretenido, descontrolado, extraordinario, ciruja, sorprendente, sorpresivo, ridículo, rebelde y un largo etcétera que sería una locura mentar. Loco como palabra comodín para todo aquello que quiere asegurarnos que incluirá insistentes intentos por hacernos reír. Mil intentos y un invento, como decía el título de García Ferré.

4. En las películas cómicas argentinas con la palabra locos y su familia en el título (y en muchas otras que no lo tienen) los cómicos suelen ser hombres, son los que dirigen la batuta. Algunos son llamados capocómicos (una palabra de sonoridad horrible que se usa en el caso de que sean “capos” de la comicidad, o que así se los considere). Bueno, esos señores apoyan mucho de su humor (o sus mil intentos) en saber algo. En realidad, en hacer como que se dan cuenta de forma sorpresiva (loca) del siguiente saber, de la siguiente revelación, de la siguiente epifanía: las mujeres tienen culo, muchas de ellas además muy lindo. O muy visible. Y los cómicos estos, capos y no tanto, hacen “el gesto”. Ese que incluye una mano señalando el culo. O las dos manos señalando el culo, invitando a recorrerlo. O una mano agitándose en el aire que indica “qué locura de culo, mire usté qué loculo”. Las manos pueden verse acompañadas por toda una batería facial, boca abierta en forma de sorpresa, o cerrándose como haciendo una u, tal vez una guiñada de ojo cómplice con el espectador invitado visualmente hacia el culo. Un gesto que hacen en las películas, en los afiches de las películas, en las marquesinas de los teatros, en televisión. Un gesto aparentemente indestructible de nuestro acervo cultural. Un gesto patético, adocenado y gastado, seguramente considerado con orgullo como el gesto más loco del mundo.