dolores fonzi la patota

Por Javier Porta Fouz. La crítica es una respuesta. Y también es una pregunta, según el caso. Individual. Hasta habría que escribir con mayor frecuencia en primera persona. Esa posición, ya sea una afirmación, una duda o una negativa, puede estar más o menos en sintonía con el consenso. Pocas veces estuve tan en desacuerdo con la recepción crítica de los estrenos como con tres del jueves 18 de junio. Bajo el mismo cielo de Cameron Crowe me pareció mucho mejor que al promedio local y mundial. Sobre ella escribí una nota y una crítica. Las otras dos son dos películas presentadas en Cannes, pero que vi en Buenos Aires. Una es Intensa-mente de Pete Docter y Ronaldo Del Carmen -pero se estila decir “de Pixar”-, sobre la que escribí acá (Link) y la otra es La patota de Santiago Mitre. Y son dos películas que me gustan mucho menos que al promedio de la crítica, tanto local como extranjera.

 

La patota. Debo ser yo el desajustado. Me parece muy buena la original de Daniel Tinayre de 1960 con Mirtha Legrand, pero de esta remake apenas puedo destacar las actuaciones de Dolores Fonzi (Paulina) y de Oscar Martínez (Fernando), que por momentos tienen que hacer frente a diálogos que se me hacen imposibles, sobre todo cuando están ellos dos juntos, como dos entidades que vociferan sus propios esquemas mentales de un nivel de abstracción inverosímil. Aún así, los actores mantienen un decoro gestual encomiable. Sobre el resto, sinceramente, y con lo mucho que me gustan El estudiante y las películas del co guionista Mariano Llinás (las dirigidas por él y la mayoría de las que participó), no logro entender los elogios, los premios, la celebración.

El personaje de Paulina se me presenta con un nivel de locura rayano en la estupidez y el sinsentido. La película -que debió llamarse Paulina, como en el extranjero, porque “La patota” es engañoso- no lo juzga. Se casa con él, lo sostiene, lo reivindica en plano casi épico, aún cuando sus argumentos se desploman ante nosotros; el cortocircuito se (me) produce porque La patota pretende presentar a Paulina como un personaje argumentativo, casi en modo de argumentación constante, y no aspira a ser una película sobre una santa en estado de delirio, a lo que se acercaba la versión de Tinayre con sus planos casi estampitas del rostro de Legrand, o un film de personajes fronterizos como los que suele presentar Bruno Dumont.

Para entrar en mayores detalles hay que revelar situaciones argumentales importantes de la resolución, así que estén advertidos. Hay una línea de diálogo por el final que establece que el culpable, o los culpables, han sufrido injusticias, y Paulina entonces -o sin entonces- no los denuncia, miente y no los reconoce en la línea de sospechosos (el “no” del final del Estudiante, pero lo que hace constante en un director no necesariamente funciona de la misma manera). La película ni trabaja sobre las mentadas injusticias, y además ¿injusticia/violación/ah, ok? OK, decisión de Paulina. Sobre lo que hacen o dejan de hacer los personajes, y sobre la política y las visiones de la película, e incluso sobre la comparación con la original, leí cuatro críticas en contra con las que estoy en buena medida de acuerdo y que recomiendo. Son estas de Marcos Rodríguez, Mex Faliero, Oscar Cuervo, y Elena D’Aquila.

Quiero agregar otros ángulos de debilidad de La patota, que creo que se derivan de su visión general sobre la versión original, sobre las implicancias políticas de las acciones de sus personajes y sobre su construcción y presentación. La patota, y esto me desconcierta aún más, avanza con atajos estructurales e informativos de una debilidad extrema. Por ejemplo el sexo con preservativo -subrayado en un plano detalle- de Paulina con su novio para explicar luego el embarazo (solución de elaboración precaria al adaptar al día de hoy la virginidad del personaje de Legrand de hace 45 años). O el novio Alberto (Esteban Lamothe), que tiene una entidad vaporosa y es un personaje difícil de sostener, tanto él como su relación con Paulina, pero que a la vez funciona como una fuente de información mecánica. O el cruce de Fernando a Paraguay para ver a Alberto sin otro objetivo aparente que enterarse, de forma artificialmente casual, de un dato clave para que el relato, por fin, avance a su tramo final, en el que pone en escena otra vez y ahora de forma especular el enfrentamiento entre padre e hija, o mejor dicho entre estas entidades que se han anotado en el papel como padre e hija.

En varias críticas a favor leí como objeción que la película se estira en su parte central, o que se empantana; es lógico, es un riesgo de este tipo de propuestas programáticas, que descansan más en personajes-ideas que en personajes con móviles. (Se pueden lograr grandes películas de personajes que argumentan y argumentan constantemente pero con móviles, ahí están Cuestión de honor y Frost/Nixon, y en el cine argentino Nueve reinas). La patota no establece móviles, ni relaciones, sobrevuela y no enfrenta el dolor, ni el crimen, ni la idea de justicia, ni la responsabilidad social, ni la idea de dejar conscientemente libres a delincuentes, ni las diferencias de clase, ni la vocación por la enseñanza, ni avanza en la construcción de los personajes más allá de Paulina y su padre, todo en nombre de “la libertad” de su protagonista, del progresivo abandono de su personalidad o de su humanidad para convertirse en una mera idea interpretada por una bella y buena actriz de cine (de hecho, algunos de los temas de La patota estaban con mayor sutileza en otra película con Fonzi como El campo de Hernán Belón). La patota se convierte en una de esas películas de tesis, de las que el nuevo cine argentino ya no solía hacer (y que Tinayre tampoco, a pesar de la leyenda final de su Patota). Una de esas películas que invitan a debatir qué es lo que hace el personaje, ¿está bien, está mal, está más o menos? Y, según parece, a admirar el supuesto respeto de la película por su propio personaje. Es una película de tesis hecha con astucia: meterse con el personaje es un problema porque el personaje es entendido como libre e indómito, y su dolor se presenta como intransferible. Y es astuta por su mezcla de temas importantes y por su aparente juego con el punto de vista (juego parcial, desbalanceado, porque al comparar con los patoteros de Tinayre estos son apenas extras). Y me interrumpo y me digo que el personaje tal otra cosa. Pero no. Prefiero el cine, el rumor del mar y la maltratada película de Cameron Crowe.