EL CLAN

Por Javier Porta Fouz. Como Elefante blanco, como Nacido y criado, El clan es una de las películas inestables de Pablo Trapero. De esas que parecen pegar extraños volantazos. Películas con humor cambiante. No porque haya mucho humor en El clan -aunque sí hay un tinte del negro, intermitente- sino porque es un relato taciturno por momentos y en otros se pone comunicativo, a veces inclusive hasta didáctico. Eso sí, es siempre áspero, espinoso, bastante malvado. El clan es una película que prueba diversas formas cinematográficas de acercarse al mal.

Formas que prueba Trapero, un director muscular, de los que desde el comienzo, en el siglo XX, se despegaron de cualquier idea de estatismo. Ya Mundo grúa -y ya Negocios, el corto germinal- eran películas sobre el hacer, o el no hacer como imposibilidad, como carencia. La acción, el cambio, la violencia modificatoria sobre las cosas y sobre la gente: presencias en el cine de Trapero, el cineasta que fue la gran estrella local del primer Bafici con Mundo grúa, allá por 1999. El clan es una película cuyos personajes son de Gran Buenos Aires zona norte: Trapero se muda del Oeste del GBA. Y al mudarse enfatiza las maneras de la zona norte de los actores secundarios. Es un énfasis coherente, mayormente con cohesión, pero las actuaciones más apagadas de Guillermo Francella, Lili Popovich y Peter Lanzani se destacan por no sobresalir. Actuaciones clave. Francella avanza de forma sinuosa, es una actuación-serpiente, en la que la locura y el mal se sostienen con una mirada apagada, yerma. Lanzani, y no es lo habitual en el cine argentino aunque sí en el americano -Matt Damon es un maestro de esta variante- actúa desde los hombros, desde la espalda, y así logra literalmente cargar el peso del mandato familiar, soportar el yunque paterno.

Entre las formas está también una suerte de crónica detallista, un poco en loop. Por momentos, la repetición del accionar delictivo opera contra la fluidez, aunque también aporta inmersión en lo ominoso, en lo opresivo. Da la sensación de que no se va a poder salir del Clan. Otra forma es la musicalización y el montaje en contrapunto: Virus, sexo y muerte, entre otros intérpretes. Y hay más musicalización, más canciones que rompen el clima, o que generan otro distinto, uno quizás aún más incómodo. No logro decidirme si es una utilización de canciones osada e inusual para el cine argentino (en la línea scorsesiana), o una ostentación de presupuesto innecesaria y que el film podría haber evitado cualquier tipo de musicalización y haberse enaltecido. No lo sé. Tal vez por eso es inestable la película, justamente por exponer sus formas, o sus opciones formales, en un plano muy frontal. La película parece moverse a gran velocidad, después detenerse, empantanarse, y luego golpear con una fuerza impensada, imprevista e intempestiva: el asesinato de Naum, por ejemplo. O “la caída” -no entro en detalles por si alguien no sabe a qué me refiero exactamente-, que es sencillamente uno de los mayores logros de verismo, vértigo y acción del cine argentino en mucho tiempo. Hay algo muy prometedor y reconfortante en un cine argentino que puede planificar una escena tan breve con esta enjundia, con esta contundencia. Son segundos, sí, pero segundos clave, que echan una luz de fortaleza sobre el resto del relato.

Hay también una forma política, un esqueleto a cubrir. Arquímedes Puccio fue un oportunista, un peronista de derecha nacionalista, con relaciones fuertes con la dictadura y también funcionario en gobiernos anteriores (hay mucha información disponible en Internet sobre su CV). Pero en la película no se explicitan varios de esos datos, aunque quedan sugeridos con claridad: en la conversación de Puccio con Aníbal Gordon dejan bien en firme su desprecio por los radicales, a quienes les auguran un gobierno corto. La película deja saber que los Puccio caen cuando ya “no los pueden bancar más” desde arriba, cuando la presión por saber la verdad es insostenible. Aunque sea por ese dique de encubrimiento que logra finalmente resquebrajarse El clan, película de caranchos en un país carancho, es un ápice menos negra que la terminal Carancho. De todos modos, el retrato de la Argentina de las últimas películas de Trapero es parejamente hostil y desesperante. Y a Trapero siempre se lo ha considerado un cineasta realista.