mentest

Por Cicco. Cuando la vida se pone fulera, no hay nada más fresco, recreativo y reconfortante cómo abrazar el boom de la realidad virtual. Y allá están los jueguitos, a mano, siempre dispuestos, siempre atentos, siempre dándonos la posibilidad de morir y renacer de las cenizas. Pero claro, nunca un video game fue tan fiel a la vida real como el Minetest, el nuevo boom de los juegos en red. Una ciudad virtual infinita, con reglas, premios y castigos que juegan hasta los soldados en el frente de guerra.

 

Tiene moneda propia. Construcciones levantradas por los mismos jugadores. Generadores de electricidades –a veces, incluso se corta la luz-. Y permite crear cárceles para los que se portan mal. Por si fuera poco, el Minetest, concebido por un loco apodado Celeron55, es un juego abierto, software libre: cada cual –sobre todo si sabe programación- le agrega su aporte. Hay usuarios que hacen desde totems hasta una gallina gigante. Hay usuarios que diseñaron la luna y otros que construyen rascacielos. Mi señora lo juega, yo no. Y mi cuñado también –él hizo una torre, un shopping de computadoras, una verdulería, un parque, una casa en la playa y un teatro, y se volvió una celebridad-. Así que, cada dos por tres, en medio de los ravioles uno dice: “Hoy esquilé la oveja”. O “Me quedé sin carbón, ¿a vos te quedó algo?” Lo cual hace que, por un momento, uno dude: es tan serio el comentario que el que come con ellos duda si queda algo de carbón en la casa o qué puede hacer con la lana cruda de oveja. Pero no: ellos hablan del Minetest. Hablan como si fuera charla de vecina y se conversara sobre el mal estado de las calles. El precio de la acelga. Y la cola en los cajeros del banco.

Mi señora conoce gente rarísima: desde una china que vive en Nueva York, hasta un brasileño luterano que se radicó en Dublin, y el otro día conversó con un soldado gringo en Afganistán. Un juego claramente cosmopolita.

Una semana atrás, de tan encendido y encarnizado en el juego, mi cuñado discutió con un inglés y un norteamericano sobre el rol de los Estados Unidos en la política internacional. Tan enojado se puso mi cuñado, que cortó el juego y dejó la realidad virtual. Por un tiempito, por supuesto. Después volvió.

El Minetest: para los que no sabemos nada como quien les habla, es un bodrio. Ni siqueira los gráficos son buenos. Pero el otro día vino mi hijo de cinco, y ya se hizo fan. Y la mujer de mi cuñado, ella psicóloga y seria, le picó el bicho hace días. “¿Vos le estornudaste en la cara?”, le pregunto a ver si es contagioso y en unas semanas me ve acá, escribiendo sobre lo maravillosa que es la vida, en las fronteras del Minetest. Uf, mis amigos. ¿Serán los mismo que pudren el planeta, los mismos que te exprimimen las guindas en el trabajo, los que crean la música demencial electrónica y tropical, los que están detrás de estos jueguitos simuladores de vida? Mientras tanto, veo cómo mi señora amamanta el bebé al tiempo que pica piedras y esquila, y levanta paredes de su nueva obra virtual: la primera mezquita del Minetest. Acá, ella es madre dedicada y conservadora. Allá, es arquitecta y vaya a saber cuántas cosas más que, espero, nunca me entere.