labios de rubia

Por Cicco. Ahora que, al igual que los neurocientíficos, los economistas están de moda. Uno se pregunta, no, tras esa fachada de gente seria, prudente, numérica. Ese puñado de profesionales que creen en la exactitud, la puntillosidad, que confían a ciegas en álgebras, estadísticas y algoritmos, ¿por qué será que se enamoran de mujeres que más que un algortimo transforman sus vidas en un afro ritmo?

“Después de mi divorcio, Luli es la única mujer que amé”, dijo, tras sacar cuentas, relevar activos amorosos propios, y hacer un mapeo tridimensional de su corazón, Martín Redrado, uno de los economistas más reconocidos del país –al menos, uno de los más rubios-. Ya es un hecho y nadie se lo pregunta, pero ¿qué hace Redrado con Salazar? Y lo que es más llamativo aún: ¿por qué, como acaba de anunciar ella en Gente, volvió Redrado con Salazar?

Sabemos qué le vio, claro. Pero no sabemos por qué Redrado insiste en seguir viéndolo. ¿Qué ecuación más allá de sus medidas explosivas, tendrá Luli que al economista le hierve tanto en sus balances? Yo no me lo explico. Usted no se lo explica. ¿Y quién va a explicárnoslo?

Y también lo tenemos a Martín Lousteau, sorpresa de las últimas elecciones a jefe de gobierno de la Ciudad, enamorado y con bebé en común con Carla Peterson, quien hasta hace poco, posaba en los afiches de la ciudad con una obra teatral donde se la podía ver junto a un muchacho, poco inclinada a los cálculos financieros, y más proclive a mostrar la sinuosa geometría humana. ¿Por qué no ennoviarse con una colega, o con una auditora, o con una fémina ama de casa, buena cocinera, crack para administrar presupuesto hogareño?

El amor es un camino oscuro e incomprensible, excepto para aquel que lo recorre iluminado con su propia velita. Porque como diría Luli, tras la última reconciliación con Redrado: “Aquellos que no entienden por qué volvimos a vincularnos, es porque no entienden el amor”. Así es, Luli. El amor: esa ecuación escurridiza que se pierde y encalla en el primer escote que encuentra. O, como cantaría Freddy Mercury, cosita loca llamada amor.

No, señor, no se estudia en las universidades. No, señor, no se fija si aquel que lo padece es economista de traje y corbata. No señor, no le importa si en la foto parecen el agua y el aceite –o, para el caso, dos huevos y una papa frita-. A nada de eso le interesa. El amor sólo quiere demostrarnos que las mejores cosas en esta vida, nadie las aprende. Nadie las enseña. Sólo se trata de surfearlas lo mejor que uno puede. Hasta que la gran ola nos lleve a todos.