changuito tv cerebro super

Por Cicco. ¿Sabe realmente lo que quiere? Digo, de verdad. Querer algo con un apetito genuino. ¿O será que uno quiere influenciado por el runrún del marketing publicitario, uno desea direccionado, tomado de pies y manos empujando el changuito y la billetera hacia donde decidió un grupo de gerentes y corporativos que sostienen su voluntad en su puño?

 

Con los niños es fácil de verlo. Basta con sentarse a su lado mientras llega la tanda publicitaria entre dibujito y dibujito. Y algo, una necesidad que antes no estaba allí, de golpe cobra vida: “Papá, quiero las gomitas de los Minions. Las quiero papá. Las quiero con todo el alma”. Eso, es cosa de todos los días. Minutos antes, su voluntad y su querer volaban y estaban bajo control. Luego, spot publicitario de por medio, las cosas dan un giro. El niño deja de desear por cuenta propia. El niño inicia así un camino que sólo acabará con la muerte. El camino de ser teledirigido.

Todo esto que uno dice, no es nada nuevo. Sucede desde que el hombre es hombre y la publicidad es publicidad. Ese deseo que creemos nuestro, ese apetito que sentimos tan propio, fue debatido, afilado y formateado en una agencia de publicidad. Fue calibrado con estadísticas. Puesto a prueba con focus group. No es ninguna novedad cómo las góndolas del super se imponen a nuestra capacidad debilucha por filtrar nuestras compras. Todo el mundo lo sabe. Pero todo el mundo lo esquiva.

Ahora bien, imagine qué sucedería si, de un día para otro, las publicidades, zas, se terminan. Si los productos del super lucen uno igual al otro. Si la gente viste todas con un mismo uniforme. Misma camisa. Misma campera. Mismo modelo de zapatos. Piense qué ocurriría con sus deseos si no hay nadie interesado en meterle nada a la fuerza. No hay cerebrito creativo, pensando cómo venderle un buzón a usted que le gustan tanto.

Imagine si llegada la tanda publicitaria, asoma un cartel negro hasta que retoma el programa de turno. Si las radios, cuando hay publicidad, enmudecen. Imagine si las camisetas de fútbol vuelven a tener nada más que sus colores. Otro mundo ¿no? Un mundo sin voluntades impuestas. Sin mandato publicitario. Un mundo más liviano, más silencioso, más libre, donde la gente, de golpe y porrazo, descubrirá que no sabe qué corno es lo que quiere de su vida.