ergun se encuentra con su mamá

Por Cicco. Para darle vibración emotiva a un programa que apuesta al chimento y a la movida de trastes, la producción del Bailando decidió traer, de improviso, desde Turquía a la madre de Ergün Demir, la estrella de Las Mil y una noches. El actor, musulmán él, lo primero que hizo al ver a su madre fue besarle las manos y los pies. En el islam, besar las manos es un acto hermoso de respeto. Pero nosotros, lo tenemos ligado a preconceptos de sometimiento, mafia y vaya a saber qué más. Lo mucho que nos perdemos.

 

En Turquía, por ejemplo, no sólo se acostumbra a que los hijos besen las manos de sus padres. También se besa la mano de los ancianos.

Durante mi conversión al islam, besar la mano de mi maestro fue uno de los grandes obstáculos a mi ego y a mi argentinidad. Pues, para besar, primero uno se debe inclinar. Mi maestro, tenía más de 90 años y la primera vez que lo ví, una multitud se abalanzó a besar sus santas manos. Mi primera reacción, claro, fue correrme y juzgar: “Están todos locos”, pensé. Nunca voy a besarle sus manos. Para mí besar las manos era un acto, para decirlo sin vueltas, humillante. Jamás había besado la mano a mis padres, ni siquiera las manos de gente que admiraba. A lo sumo, les pedía autógrafo. Pero, ¿besarle las manos? ¿Rebajarme a eso? Por favor.

Pero los maestros tienen un magnetismo de otro mundo, y a los pocos días, formaba fila para, yo también, besar sus manos. Aquella vez, no hubo dudas ni prejuicios. Aún recuerdo la sensación: sentí, al besar su mano anciana y aún fresca, que todo encajaba en su sitio.

Besar una mano es también una reverencia. Hasta los budistas se inclinan con las palmas unidas ante todos. Ellos creen que el Buda habita a todos por igual.

En el islam, esa reverencia se limita a los padres, a los ancianos y a los santos. Besar una mano es en el gesto mismo, como buscar beber de su misma fuente.

Con el tiempo, empecé también a besar las manos de papá y mamá, ellos, ambos, ya con más de 70 pirulos, y felices de que bese sus manos. Y créanme: se siente muy bien. Pone las cosas en su lugar. Les devuelve su sitio merecido de respeto. Y nos hace recordar a nosotros, los hijos, la deuda infinita que tenemos con ellos.

Hoy en día, donde los nuevos hijos quieren llevarse el mundo por delante, empezando por los padres –bueno, hoy en día, es un decir, siempre fue así-, el acto de besar las manos de aquellos que nos trajeron al mundo, es el reconocimiento de aceptar de dónde venimos. Porque, como todo el mundo sabe, no hay buen futuro para aquel que no hace las paces con su pasado. Y se inclina ante él, y le agradece con un beso.