JEJENES Y MOSQUITOS

Por Cicco. Hasta esta primavera, mi pueblo era un pueblo tranquilo. Es decir el espacio aéreo de mi pueblo atravesado nomás por los aviones del Aeroclub y los despegues y llegadas remotas y casi en silencio, de Ezeiza, era un lugar de reposo. Por supuesto, como toda primavera se multiplican las moscas y mosquitos –hasta abundan las moscas verdes, que tienen unos colores magníficos pero en un envase espantoso-. Uno había aprendido a lidiar con estas cosas. Hasta que llegaron ellos.

 

Ellos: en apariencia, unas mosquitas tan pequeñas que no califican ni como moscas. Podrías confundirlos con una semilla. O tomarlo como una peca. O como un punto negro de birome. Oh, iluso, qué gran error de percepción. Y qué caro te costará tu falta de información sobre el mundo de los insectos. Porque luego de esa semillita inofensiva, vendrá otra. Y luego de unos minutos inmerso en la reposera del jardín, descubrirás que, la pucha, te estás rascando. Qué raro, porque al sol, los mosquitos no abundan. Y entonces decís en voz alta: “Pero en este lugar donde estaba recién la semilla, ahora tengo una aureola roja y un punto maligno y rosado, y pica como la san picadura”. Y así es cómo, oh pobre tontuelo, has sido empujado por la puerta grande del universo jején.

Jejenes, unos bichos picadores que, hasta ahora, la mayoría de los aerosoles no le dan ni cosquillas.

Hasta un verano atrás, no había jejenes en mi pueblo. Como les decía, sólo la flora y fauna típica de cada temporada de calor. Pero ahora, la cosa está insufrible. Los vecinos, vaya a saber de dónde tomaron la información, conjeturan dos hipótesis: los jejenes se han criado, gracias a las copiosas lluvias del año, dentro de la gran cantidad de aguas estancadas. Y, como segunda hipótesis –y esta es mi favorita-, están aquellos que aseguran que, los jejenes, fueron traídos por algún agrónomo, quien tuvo la idea maravillosa de combatir la plaga de su campo con un batallón importado de vaya saber dónde, de jejenes aguerridos. El asunto, como en toda película de desastres apocalípticos, se le salió de control y en menos de un año, el jején saltó al casco urbano. Conclusión: no hay forma alguna ahora de sacarnos de encima a esta plaga.

Siempre pensé que Jejen, la palabra en sí, era una especie de burla. Como si el Jejen, incluyera, desde su propia nomenclatura, un rastro de lo mucho que estos bichos se ríen. Es natural que la pasen tan bien estos insectos para los que no tenemos ningún arma más que la retirada. Que no incluyen ni zumbido de previo aviso. Que no portan un tamaño tal para ser combatidos mediante el manotón. Nada de eso. Estos bichos nos tienen a su merced. El verano es suyo. No tienen a nadie en la cadena alimenticia que se alimente de ellos. Cómo no van a reírse a las carcajadas.