mariano mastromarino

Por Pablo Llonto. Es tanta la distancia que hay entre los organizadores de la más grande carrera del país (empresas comerciales, medios dominantes y el gobierno de la Ciudad) y el deporte popular que la maratón del domingo (llamada Maratón Adidas 42 km) fue un bochorno de organización y otra muestra de cómo sacarle plata y plata a los deportistas.

Entre las quejas de los atletas anónimos estaban la falta de marcación de lugares, la apertura al paso de los autos en la Costanera y muchos corredores esquivando vehículos, la falta de puestos de agua y refresco y una notoria escasez de voluntarios. Pero la perlita ocurrió a los 37 kilómetros de carrera cuando el argentino Mariano Mastromarino, atleta consagrado a nivel nacional, sudamericano y panamericano, recibió el reto de los oficiales de control que estaban en el auto de la organización, ése que lleva en su techo el reloj de referencia. Pensando que Mastromarino era un transeúnte colado le gritaron para que salga de la carrera, justo cuando había superado a los favoritos, los keniatas Julius Kalinga y Peter Muasya.

Mastromarino ganó la prueba en dos horas, 15 minutos y 28 segundos, recibió el aliento de su mujer y de su hija y puso a la Argentina en un podio después de 10 años de este tipo de competencia.

Pero claro, Mastromarino no es una cara conocida, ni siquiera para quienes tienen la responsabilidad de organizar una carrera de magnitud.

Saben los lectores de Hipercrítico que aquí tratamos de rescatar el atletismo, el gran deporte olvidado por nuestro periodismo deportivo. El deporte casi desaparecido.

Pero siempre es difícil sostener desde esta columna a la maratón Buenos Aires. Contaminada por una máquina de sacar plata (la inscripción era de 300 pesos para los argentinos y 80 dólares para extranjeros. Se anotaron poco más de 10.000, así que saquen las cuentas), el papelón Mastromarino no hubiese sucedido si los organizadores tuviesen oficio para saber quién es quién. Y también aquí entra un palo para el periodismo.

Nuestro periodismo deportivo no debe tener ni fotos de Mastromarino para ilustrar las notas. Encerrado en su hiperfutbolismo bobo, la prensa del deporte retrata a centenares de deportistas sólo cuando ocurre un hecho inusual. Como con Mastromarino el lunes. Ni hablemos de la TV y su relación negativa y de ocultamiento de deportes como el atletismo, la natación o el ciclismo.

Si en vez de dedicarle el noventa y pico de su programación (como lo hacen ahora) a los chimentos más intrascendentes y tontos del ambiente, tuviésemos jóvenes periodistas dedicados a todas las disciplinas, lograríamos uno de los mejores periodismos del mundo.

Pero andamos por la otra vía ignorando a los clubes, deportistas, entrenadores, auxiliares que día tras día hacen la Gran Mastromarino, es decir entrenarse en soledad y con poca difusión.

De estas ignorancias se habló en dos acontecimientos ocultados por la Gran Prensa en esta semana que se fue. El Segundo Congreso de Periodismo Deportivo organizado por la Facultad de Periodismo en La Plata y el XII Encuentro Nacional de Estudiantes de Comunicación en Embalse Río Tercero Córdoba. Por suerte para el periodismo argentino, centenares de estudiantes preparan y se prepararan para otra forma de encarar el deporte y el periodismo. Con la democracia que no hay en los medios hegemónicos, con el amor por el deporte y no por el rating y el negocio y con la lucha por una prensa que abandone las notas berretas de siempre y le otorgue voz a quienes hoy son los olvidados de siempre.

Como el gran Mastromarino.