galeano y su libro

Por Pablo Llonto. Pobre el periodismo deportivo, ha perdido a su poeta, a su talento mayor, a su mejor redactor, al más iluminado que nos iluminó hasta el extremo de plagiarlo para un título, una bajada, un comienzo de nota, un epígrafe.

 

No todos lloran a Galeano. No todos conocen a Eduardo Galeano. Un sector de la prensa deportiva, admiradora del verbo fácil, la frase hecha, la entrevista sin sentido, la repetición de preguntas que vienen del siglo XIX; aquellos que creen que es más importante el periodista que el deportista, más importante el chisme y la pelotudez, seguirán de largo en estos días, y no moverán un dedo, ni siquiera para preguntarle a sus fuentes más confiables, camufladas como Wikipedia, quién es y qué hizo Galeano.

A Galeano lo están llorando los ardientes estudiantes de Comunicación que buscan un ejemplar de “Su majestad, el fútbol” (1968) o “El fútbol a sol y sombra” (1995) para envidiarle la pluma y aprender que la vida no es una pelota, mucho menos un guante de boxeo, mucho menos un auto de carrera. Lo lloran los veteranos periodistas que aprendieron a quererlo más que a todos en la literatura. Galeano no era un intelectual del deporte convocado a escribir cada tanto, para embellecer las páginas. Galeano sentía pasión deportiva y quería el deporte más limpio de todos, el de las calles, las favelas, los atletas del fondo del mundo. Galeano quería jugar: “Como todo los uruguayos, yo nací gritando gol. Y quise ser jugador de fútbol. Jugaba muy bien. Era una maravilla. Pero sólo de noche, mientras dormía. Durante el día supe ser el peor pata de palo de la historia de mi país. Soy un mendigo del buen fútbol”.

Este Galeano enorme, ya no estará como guía de los periodistas que anhelan una prensa sin alcahuetes, una prensa que le escape a los chivos, al elogio barato, a la vanidad que te da un reflector. Hoy sólo nos queda buscar al Galeano que dejó sus libros y sus artículos y que tanto nos enseñó.

Fue Galeano quien escribió: “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.
En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez”.

Galeano amaba las historias sencillas del Deporte, los héroes olvidados, los rincones sin FIFA ni carteles de neón. Ese amor, sin embargo, no le permitía alejarse de las Copas del Mundo, de Maradona, de Messi, de los enormes acontecimientos que, en general, deseaba observarlos desde un ojo humilde y latinoamericano.

Se fue un periodista como pocos y un periodista deportivo que no escondía su ideología de izquierda, mucho menos su opinión política, sus políticos preferidos, su voto. Se marchó uno con clara posición ante cada hecho del mundo, del deporte y de la vida. Como debe ser.

Se fue un periodista subjetivo y militante.

Se fue nuestro diez.