SOBRE UNA APOLOGÍA DE LAS INFRACCIONES
Undécimo mandamiento: no contradecir

Marcos Di PalmaPor: Pablo Llonto. El mundillo deportivo está lleno de personajes que, al igual que en la política, abundan en los sillones del entrevistado. Uno se los tropieza en la tapa de un suplemento, en las revistas mensualizadas, cuando se buscan declaraciones estrafalarias o en las reflexiones oportunistas sobre la actualidad. Marquitos Di Palma es uno de ellos. Así, llamado Marquitos por la gran prensa, ansiosa y extasiada por escucharlo; en algún momento de la entrevista, Marquitos dará uno, diez… veinte títulos. Desde el videograph, lo aplauden.

Parte del folklore

Tengo delante la pantalla de Fox y el programa “La última palabra” el viernes por la noche. Marquitos, jaranero, cuenta su vida. Está cómodo. Un desfile de preguntas lo colocan en la pasarela de las respuestas y Marquitos desfila.

Como en los desfiles, todos miran , todos aplauden, todos sonríen.

Ahora giramos la cámara hacia el otro lado de la mesa y buscamos el rostro del entrevistador. Es el de siempre. El voluntarioso Fernando Niembro

De pronto el piloto de autos lanza confesiones “haciendo todas las faltas graves, le pongo una hora y media de Arrecifes a Buenos Aires”, “fui a buscar el centro de la tormenta, estaba bueno” (confesiones de sus momentos al mando de un avión). Se nota la adrenalina. Como si fuesen declaraciones filosóficas, Marquitos hace una apología de las infracciones que luego cuestan vida en nuestras rutas y en nuestros cielos. En el país de la tragedia permanente en las calles y las autopistas, en el país de los radares fantasmas y miserables, una “estrella del deporte” subraya lo agradable que se siente cuando se burla de la muerte, de las velocidades máximas, de las torres de control. Total, ¿a quién le importa si el avión se cae sobre la gente? ¿a quién si el auto se estrella contra un micro? El coro de imbéciles dirá siempre que sí al ídolo. 

De pronto Niembro no llama a las cosas por su nombre y la entrevista sigue. “Muy bueno lo suyo” falta que se diga. Hay que hacerse el divertido. Infaltable, se desliza la inclemente anécdota del padre cuando con una avioneta jugaba a pasar por debajo de los puentes de las rutas.

Uno de esos psicólogos que el deporte convoca para hacer más encantador este delirio y poner las cosas en su lugar hablaría de “instintos primitivos” y de fallas en el “superyo”.

Entrevistado y entrevistador han culminado el programa. Ya sabemos. No hay que decir nada. Ser políticamente correcto en el periodismo deportivo es no contradecir a las figuras, no herir sensibilidades, carcajear ante las payasadas. El público de la tele – ya nos lo han dicho cien veces - no está para pensar, reflexionar. “No seamos amargos”, recomiendan los más antiguos.

“Y eso que no he dicho nada del automovilismo y la insistencia en llamarlo deporte”, respondemos.

Sucede que esta vez no es el automovilismo. Es el periodismo, el periodismo de canas.

¿O será que hay periodistas que envejecen sin aprender?

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