relatores

Por Pablo Llonto. La multiplicación de las críticas a Paulo Vilouta, el vacío dejado en la transmisiones de fútbol por el despido de Víctor Hugo, la persecución y despido de Javier Vicente uno de los relatores de Fútbol Para Todos y un sinfín de asuntos más en la TV y radio dejan ver una cruda realidad del periodismo deportivo: nos hacen falta relatores.

 

Pero no cualquier relator. Ya no se trata de quién acierta más los apellidos de los futbolistas o las escenas que nos muestran en las pantallas. Al final de cuentas, todos pueden equivocarse. Y si bien es cierto que Vilouta no tiene demasiados méritos a la hora de contarnos qué sucede dentro de una cancha, sumado a su ubicación política cercana al macrismo, todo ello potenció la observación profesional sobre él que antes no tenía. Ahora tendrá que hacerse cargo de un lugar que ocupa en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches (Gracias Discepolo).

Lo concreto es que en la Argentina todos quieren ser como Víctor Hugo en el relato y pocos pueden. El manejo del idioma, la casi ausencia de frases hechas, el respeto a la mayoría de los futbolistas como trabajadores son valores difíciles de lograr. Pero es cierto que periodistas buenos los hay en diversas provincias y estaría bueno que los conociésemos en un país que pretendió en un tiempo que el relato fuese “a lo Marcelo Araujo”,

El efecto Araujo en el relato se nota cada vez más. Gritos, alaridos, quejas, puteadas, lloriqueos, mucha soberbia en el análisis de un partido bajo el pretendido y falso derecho de creer que los futbolistas tienen que hacer todo a la perfección y que las jugadas terminan siempre bien; elogio desmesurado del éxito y colocación del futbolista de contratos multimillonarios en un sitial de honra absurda.

Esta columna fue de las pocas que puso el grito en el cielo cuando Araujo fue premiado con el título de relator del pueblo en los inicios de Fútbol Para Todos.

Hoy cuando el araujismo no existe en boca de él ni de Fernando Niembro, pero subsiste en su cría; cuando es necesario más relatores comprometidos con la política y en denunciar aquello que sucede cada día (los llamaban relatores militantes) es bueno saber que no todos caen en la tentación de considerarse falsamente neutros o independientes. El sábado nomás, tanto en las transmisiones de La Red como de Rivadavia, jóvenes relatores y comentaristas dejaban volar sus opiniones sobre la “innecesaria guerra de Malvinas” y criticaban a la dictadura.

Por eso, más que poner mute cuando relata Vilouta como piden algunos, o insultar sin sentido como los escribientes de las redes sociales, mejor es leer a Alejandro Caravario cuando más atinado señala sobre el personaje en cuestión: “…este desliz (confundir una chilena con un cabezaso) sería irrelevante si fuera compensado por un relato rebosante de palabras bellas, de imágenes creativas, reflexiones inspiradas y un tono vivaz de decibeles controlados”.

En estos tiempos de frío y lluvia, cuando el escenario dominante es la falta de debate sobre el modo de hacer periodismo, bienvenidos los Caravarios y los Tabarovskys. Uno de estos últimos, Damián, escribió en Perfil: “ La desaparición casi total y con extrema facilidad, en estos cien días, de cualquier atisbo de discusión sobre el periodismo, es decir, sobre los periodistas y las grandes empresas periodísticas, es un retroceso fatal en la dimensión crítica de una sociedad, y amenaza directamente a ese sistema que, por pereza intelectual, aún llamamos “democracia”, y a ese concepto que, por no tener tampoco un nombre mejor, todavía nombramos como “libertad”.

Eso pretendemos desde aquí, frenar un poco tantos retrocesos.