VARIACIONES SOBRE EL OFICIO/ 
El género de los consejos para escribir

foto/Por: Juan Terranova.  Hace poco leí  los consejos para escribir de una cronista argentina y me resultaron sosos, poco útiles y afectados. El de los consejos es un género en el que cada tanto recaen escritores y escribas de toda índole, a veces con prepotencia, a veces con culpa, a veces con ambas. Puestos a aconsejar, hay dos caminos. O se arma una pieza literaria y siempre un poco irónica y alucinada. O realmente se dan consejos prácticos del tipo “cuando presentes un manuscrito numerá las páginas y mantené cierto nivel de prolijidad”. Rara vez se logran las dos cosas.

Thomas Bernhard decía que cuando alguien le pedía un consejo, él contaba una historia. Lo cual lo pone con astucia en la primera lista. En sus Consejos a los jóvenes literatos, ya un clásico de fácil acceso en la web, Charles Baudelaire arma un pequeño tratado de época, muy narrativo, casi una breve novela de costumbres. El decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga sobrevolaría ambas tradiciones. Es poético, simple y tira una data muy precisa para resolver cuestiones muy complejas. (Aunque todos los consejos son importantes y encierran algún tip, cuando uno entiende el punto sexto de Quiroga se puede decir que hizo un avance.) Los puntos de Ernest Hemingway –es famosa la escena de colgarse y contar esa historia para empezar– también van en esa línea.  Stephen King, en una tradición netamente sajona, redactó Mientras escribo, una verdadera confesión de escritor, un texto anómalo y sensual, mezcla de autobiografía y manual de experiencias. Pero ya se trata de otra cosa, no es un decálogo o una serie de consejos. Y en los Estados Unidos los libros que explican cómo escribir tu propia novela es un género tan reconocido que tiene su propia sección en las librerías. Como fuere, se puede aprender mucho leyendo sobre el oficio leyendo Mientras escribo.

Después de leer los consejos que no me gustaron, todavía dando vueltas por la web, encontré con una interesante producción de The Guardian. Basándose en un decálogo de reglas para escribir del novelista Elmore Leonard, el diario británico le pidió a varios escritores contemporáneos de habla inglesa que dieran sus diez consejos.

El decálogo de Leonard es muy bueno y probablemente ninguno de los que propone The Guardian lo supere en síntesis y precisión. “Mi regla más importante que resume las otras diez: si suena como escritura, lo reescribo” dice Leonard. Quizás una traducción menos literal y más certera de “writing” sea “literatura”. Si suena como literatura, lo reescribo. O sea, si suena fuera del lenguaje directo, coloquial, casi oral –el verbo clave acá es “suena”–, si lo que escribo recuerda la alta literatura, lo que entendemos por “arte elevado”, hay que reescribirlo. Entiendo que no se trata de un pobre anti-intelectualismo de autor de thrillers. Si no más bien de una posición vital frente al oficio de escribir. No solamente Leonard desestima la escritura prestigiosa, pomposa o afectada. Va más allá. Si no es ese tipo de escritura, pero suena como ese tipo de escritura, es decir si no suena mundano, potente, sólido, en definitiva, si no suena vivo, lo reescribe.

Más allá de esta posición, las variaciones que surgen de la neurosis y el oficio de estos consejeros epigonales convocados por The Guardian abre una serie de posibilidades que enriquecen al mismo tiempo que enturbian –algo propio del género– el arte de escribir. Margaret Atwood se hace la canchera y recomienda ejercicios de espalda por que “el dolor distrae”. Roddy Doyle dice que no hay que poner la foto de tu autor favorito en tu escritorio, especialmente si se suicidó. Parece una tontería pero la frase resulta engañosa. ¿Está diciendo que uno no debería buscar ni copiar gestos ajenos? La genialidad de Faulkner estaba en sus libros, no en los rasgos de su cara. Aunque ahora que lo escribo, dudo. Los retratos de Hemingway, y no sólo esos donde aparece matando animales, siempre me motivaron. (Y las poses de Faulkner frente a la máquina de escribir son geniales.) Lejos de mi escritorio, tengo una foto de Papa Hem en la biblioteca, al lado de una tapa que Esquire le dedicó a Homero. También me motivan las fotos y el personaje que encarnaba Hunther Thompson. Quizás el de Doyle no sea un consejo del todo sabio.

El primer tip de Helen Dunmore es un clásico: “Termina el día de trabajo cuando todavía tengas ganas de continuar”. Se lo leí por primera vez a García Márquez que explicaba muy bien cómo funciona, él lo tomaba a su vez de Hemingway. Venís bien, las cosas van saliendo y entonces te aguantas un poco, no le das hasta el final. Al otro día es probable que puedas retomar de ahí y seguir más concentrado y descansado. Ahora, el consejo tiene sus excepciones. A veces hay que apretar el acelerador y seguir apretando porque es el momento y no hay que perderlo. Se dice que Kafka escribió La condena en una noche, la del 22 al 23 de septiembre de 1912. Empezó, aceleró y terminó cuando comenzaba a clarear. Quedarse hasta que amanece concentrado escribiendo es una experiencia que todos los escritores deben pasar alguna vez.

El séptimo consejo de Dunmore parece poca cosa pero es excelente y muy útil y muy cierto: “Un problema de escritura a menudo se aclara si vas a dar una vuelta a pie.” Por su parte, sin perder el glam, Geoff Dyer tira un par de líneas memorables y duras. El tercer consejo es un golpe directo al british-team de los 80 que Anagrama tradujo al español: “No seas uno de esos escritores que se condenan a sí mismos a una vida chupándosela a Nabokov”. Hay utilidad en esta frase. En Argentina, o más bien Latinoamérica, se la podría usar tranquilamente con Borges.

Richard Ford resuelve rápido el trance con consejos que a mí me parecen malos, incluso paupérrimos: “No tengas hijos”, “No leas las reseñas que te hacen”, “no escribas reseñas”. Sus diez rígidos y poco meditados puntos es el tipo de material que hace que el género se vuelva –más allá de sus evidentes contradicciones y deficiencias– rápidamente vulnerable al perenne ataque de los relativistas. (Los relativistas atacan porque a ellos nadie les pide consejo de nada y como aparte de relativistas son envidiosos, muy rápido se convierten en resentidos.)

Anne Enright, la novelista irlandesa, es la que, creo, mejor responde al desafío. Su segundo consejo es válido y siempre, siempre, hay que tenerlo en cuenta. Suena tautológico pero no lo es: “La manera de escribir un libro es escribirlo. Un lápiz puede servir, tipear también va bien. Hay que mantenerse poniendo palabras en la página.” El tercero es inteligente y funciona para testear en qué estamos trabajando y cómo lo vemos: “Solamente los malos escritores piensan que su trabajo es muy bueno”. Creo que sirve para otras actividades, no solo para escribir. Lo mismo el noveno consejo que es “Divertite”.

Pese a todo esto, el que más me impresionó y me dejó pensando fue el que abre la serie. Dice así: “Los primeros doce años son los peores”. ¿Peores en qué? ¿Por qué doce años? ¿Por qué no diez? Desde el momento en que me gano la vida escribiendo, la frase de Enright me llena de preguntas. ¿Doce años a partir de la primera publicación? ¿O desde que uno decide dedicarse a esto? ¿Corre ese tiempo también para el periodismo? Y sin embargo, entiendo. Sé que entiendo la frase. Confío en ella. “Los primeros doce años son los peores.” No significa que pasado ese tiempo la cosa se ponga realmente buena, pero ya uno se va dando una idea. Si estos años son los peores, todavía queda esperanza. Allá vamos.

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