Por Juan Terranova. Lunes. La semana pasada, el viernes, volvía caminando, cansado, por Rivadavia. Caía la tarde. A la altura de al calle Loria vi venir un ruso de frente. ¿Un ruso? Al menos tenía puesto un sombrero ruso, de piel. Fumaba un cigarro marrón. Se sorprendió al verme. Me saludó, afectuoso. Era Rafael Cippolini. Me contó que vive en el barrio. Recordé que alguna vez nos habíamos encontrado por ahí para intercambiar libros. Yo le había hecho una entrevista en el Parque Rivadavia, una buena entrevista sobre un libro que recopilaba sus ensayos. Nos pusimos al día abajo de la marquesina de un óptica que hay cerca de la boca del subte. Me señaló lugares para comer en el barrio, hablamos un poco de música. Hoy pasé por el mismo lugar, a la misma hora y lo busqué. No estaba. Sonreí pensando en mi extravagante demanda a la casualidad. Rafael Cippolini, un ensayista con pinta de ruso en el invierno porteño.

El origen del mundo, cuadro

L’origine du monde - Gustave Courbet, 1866

Martes. Me escribe Carlos que por el mundial tuvo una parálisis facial o algo así. “Esta semana empecé a ir a una kinesióloga que me hace masajes en la cara y me hace hacer muecas frente a un espejo. No recordaba lo que era eso. La última vez que fui fue con una lesión en la pierna cuando jugaba al basquet, allá por los lejanos dieciséis, diecisiete años. Y en este caso no fue reencontrarme con nada grato, al contrario me encontré con la muerte, todas viejas hechas mierda que no pueden más. Gente que lucha para intentar volver a caminar, mover un brazo o en mi caso a sonreír y tirar besitos.” Le digo que es un cuento de Can solar, un poema de La temporada de Vizcachas. Después pienso: ¿Y si al escribir nos condenamos a reproducir nuestras historias en el futuro? Cuánta melancolía, cuánta ilusión, ilusión mía, la del pequeño artista.

Martes, más tarde. Ciorán en los Cahiers, explicando que no puede ganar dinero. Habla de “mi incapacidad de ganarme la vida.” Tiene cuarenta y siete años y escribe que “L’argent n’adhère pas à ma peau” y que no puede “rien penser en termes d’argent.” ¿Excusas? Acertividad, impudor. En América eso no se dice así, de es manera tan directa, sin un sombra de duda o de culpa. Y al mismo tiempo siento envidia y un ligero alivio. El dinero debería ser nuestro tema excluyente, con el amor y la güera y la política. De hecho, atraviesa todo con demasiada precisión. “L’argent n’adhère pas à ma peau.” El dinero no se adhiere a mi piel. Fluye, contacta y se despega, no se queda. Creo que la metáfora es válida. Algunos podrán usarla con la lectura. Es la lectura la que no se queda, la que no se adhiere.

Miércoles. Sergio Massarotto me pasa un sitio con libros de filosofía para descargar de forma gratuita. Es una buena selección que me devuelve a mis tiempos universitarios. Habría sido un mejor escritor y un más pulcro y menos atolondrado estudiante si hubiera tenido Internet en la década del 90. Si alguien dice que era mejor “antes” porque “sin Internet se leía mejor”, o se estudiaba más, o cualquier connotación positiva de la carencia de conexión, miente. Miente descaradamente. Quizás esté convencido de que puede ser así. Pero igual miente. Bajo Heidegger y su tiempo de Felipe Martínez Marzoa y Heidegger y los nazis de Jeff Collins y también la traducción completa de la Fenomenología del espíritu que Fondo de Cultura mando hacer en 1966. El prólogo de Wenceslao Roces, el traductor, es bastante gracioso. Abre el paraguas de una manera muy tierna, muy seria, como si todo el tiempo quisiera decir “bueno, empecé con mucho entusiasmo, pero la verdad es que esto es muy difícil de traducir, casi, digamos, imposible.”

Jueves. Leo un poco de la tesis de doctorado de Lacan, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad en GoogleBooks. La imagino como De la psicosis paranoica como una de las bellas artes. “La patria es el lugar donde sufro. Y donde a veces bailo” escribe Cristino Bogado en Facebook. Cristino está obsesionado con el hecho de que Lacan haya ocultado El origen del mundo de Coubert durante casi unos treinta años. Lo ve, entiendo, como un gesto represivo, no de preservación. Cuando me lo cruce le voy a decir: “Ya se exhibe, Cristino. Ya nos han devuelto la vulva. Tranquilo. Hay que aprender a perdonar.” Ojalá ese cruce ocurra en la selva paraguaya.

Jueves, más tarde. La lectura siempre es una actividad un poco perversa, una fuerza que corre un límite. Más aun si se escriben esas lecturas.

Todavía jueves. Una cita de Schopenhauer: “El tedio no es ni mucho menos un mal que pueda subestimarse: acaba pintando en el rostro verdadera desesperación. Hace que seres que se aman tan poco entre sí como los hombres, no obstante, se busquen tanto, y se convierte así en la fuente de toda sociabilidad.”

Viernes. Leo que el martes más de veinte ñandúes murieron porque unos perros vagabundos entraron en un zoológico de Mendoza. También murió un chimpancé que sufrió un ataque cardíaco. La jauría bajó del pie del monte y se las arregló para hacer ceder el alambrado perimetral. El chimpacé se llamaba Charly y tenía treinta y nueve años. Había nacido en Francia y apenas dos años después había sido llevado a Mendoza. Los chimpancés en cautiverio viven entre treinta y cinco y cuarenta años años, dice la nota. Me impresiona que Charly tuviera la misma edad que yo. Me siento de alguna manera ligado a él y a la impotencia que seguro sintió al escuchar los gritos y ver la matanza. De alguna forma murió en combate. Dios te cuide en el cielo de los chimpacés, Charly.

Viernes más tarde. Pablo Valle cita a Kavafis en Facebook:

"Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución".

Comenta que lo acaba de leer en un texto sobre Buzzati que está corrigiendo. Y sí, El desierto de los tártaros está ahí, resumido, potencial.

Sábado. Leo noticias de guerra. Parece que cuando derribaron el avión de Malaysia Airlines llovieron pedazos de cadáveres sobre los patios de Ucrania. Mientras que Israel, descontrolado de sangre, ofrece una hermosa diputada del radical partido israelí Hogar Judío. Se llama Ayelet Shaked y puso en su Facebook hace dos semanas sobre los palestinos: “Tienen que morir y sus casas tienen que ser demolidas. Son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto se aplica igual a las madres de los terroristas fallecidos (...) Detrás de cada terrorista se encuentran decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría perpetrar atentados. Ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas. Incluyo a las madres de los mártires, que les envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos.” El eterno retorno a una poesía de la infección.