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Por Juan Terranova. Lunes. Lee una carta de Víktor Shklovski a su nieto en el blog donde Natalia Litvinova traduce poemas, diarios y otras piezas breves del ruso. La carta está fechada el 16 de agosto de 1970 en Repino. Shklovski escribe: “Querido Nikitochka. Estoy en Repino. No hago nada, pero me mojo bajo la lluvia. El mar de siempre es aburrido y ventoso. Ayer pasó una tormenta (pequeña). Dejó una larga barcaza de hierro en la orilla. Cuatro buques de vapor tiraban de ella atada a los cables, tardaron el día entero en sacarla. Tengo pocos conocidos aquí. El bosque es húmedo pero hermoso. Las primeras dos semanas en el puro cielo azul nadaban las nubes blancas de nariz aguda.” Después, manda saludos y cariños para todos. Al pasar dice que tiene que terminar un libro. Después en el mismo blog, leo una fragmentos de diarios de Aleksandr Blok. La entrada que más me gusta está fechada el 28 de mayo de 1917 y dice: “Le escribí una carta a Liuba, una carta muy mala a mi amada. No sé escribirle. Nunca supe amarla. Y sin embargo, amo.” No quiero saber nada más con Rusia. No hablo más que cinco o seis palabras en ruso. No sé nada de Rusia salvo por tres o cuatro escritores a los que leo traducidos por españoles. Y sin embargo, siento “esa afinidad inexplicable de siempre” y encuentro y tropiezo con rusos y Rusia todo el tiempo.

 

Así que cada vez con menos dudas entiendo que Argentina es un país eslavo. Natalia Litvinova nació en Chernobyl o cerca de Chernobyl en la década del 80. Es una suerte que haya hecho ese viaje tan largo hasta Buenos Aires y que ahora se dedique a traducir. Su refinado blog se llama Animales en bruto, desde luego. ¿Cómo sí, violenta y dulce madre eslava?
http://animalesenbruto.blogspot.com.ar/

Martes. Leo Ezequiel. “Y cuando los seres vivientes andaban, las ruedas andaban junto a ellos; y cuando los seres vivientes se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban.” ¿Alusión a visitantes extraterrestres en el Antiguo Testamento? Bueno, en el Antiguo testamento está todo. ¿Qué le hace una raya más al profeta?

Miércoles. Leo en la web: “Muere anciano sordomudo por infección genital; llevaba un alambre incrustado en el pene.” Fue en México.

Miércoles, más tarde. Sigo con Ezequiel, leído desde una Biblia digital que encontré en la web. En un momento Dios lo manda a predicar a Israel. Le pide que no sea rebelde y le muestra y le da un libro para que predique. O eso es lo que entiendo. Y en vez de ordenarle que lo lea, se lo hace tragar. Le pide que coma lo que le va a dar y así lo prepara para entrar en Israel: “Mas tú, hijo de hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca, y come lo que yo te doy. Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro. Y lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes. Me dijo: Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel.”

Miércoles, media noche. Escucho el trío en Mi mayor para cuerdas K 563 de Mozart y aunque suena señorial, ¿no ocultan esos elegantes contrapuntos una ligera picardía, una suave risa entre resignada e irónica?

Jueves. “Who am I to condemn you, O Dives,/ I who am as much embittered/ With poverty/ As you are with useless riches?” preguntaba Pound pero ya tenía la respuesta, desde luego. ¿Y quién soy yo para condenarte, viejo Pound, si aprendí a leer con libros sin tapas comprados en el Parque Rivadavia, si soy clase media, bachiller, uno de esos que fue a la Universidad de Buenos Aires y entró con entusiasmo y aprendió la decepción? Leo algunos libros y no los incluyo en este diario. ¿Por qué? No lo sé. A veces no lo hago por pudor. A veces ya estoy escribiendo sobre ellos en otra parte. Tampoco escribo sobre mi vida social como parte de este núcleo disperso que es la intelectualidad porteña del siglo XXI. Debería escribir más sobre esas salidas mundanas porque ellas también son parte de mi forma de leer. Debería aceptar que el chisme es fundamental para la literatura. Porque, ¿quién soy yo para condenarte?

Viernes. Me paso todo el día sin hacer nada, volviendo una y otra vez a ver una foto de un rinoceronte echado, descansando en la sala de un modesto pero confortable departamento. Una pequeña biblioteca, una televisión, buena luz, una cálida alfombra, sillones para leer. Mavrakis me escribe y me dice que me lee. Yo a mí vez le confieso a Godoy que debería escribir un libro sobre Mavrakis. ¿Un libro entero? En la primera escena aparecería Mavrakis haciendo listas, listas de enemigos como se dice que hacía Richard Nixon. Listas fantasmas, llenas de nombres que no existen, lista sensuales, arbitrarias, listas anotadas, explicativas, redactadas con eficiencia, con la lírica firme que logran solo los mejores prosistas. Parece que alguna vez Papini escribió que cuando era joven leía casi siempre para aprender y después, cuando ya no era tan joven, empezó a hacerlo para olvidar.