terranova en oktoberfest

Por Juan Terranova. Sábado. Llegamos a Villa General Belgrano y nos recibe una lluvia diluvial. Almorzamos un cabrito a la parrilla muy bien hecho. Para de caer agua y enseguida aparece el clima seco y soleado de la primavera cordobesa.

 

Domingo. Ayer faltaron ballets folclóricos alemanes en la inauguración del Oktoberfest. Todo está un poco caro. Hizo frío. Pero la ausencia de los ballets folclóricos alemanes le restó mucho a la fiesta. Hubo apenas uno grupo suizo que se acercó pero la noche se la llevaron unos cosacos a los que bautizamos “Ballet Ucrania Libre.” Mariano recordó a Stepán Bandera, la cita obligada.

Lunes. Viajamos de vuelta toda la noche. Buenos Aires está nublado, húmedo y frío. Mavrakis señala que pasar de las sierras cordobesas a bajar del micro en Liniers es comparable a ir de Los Alpes a Treblinka.

Martes. Para seguir con el tema del fin de semana escucho Wagner pero también un poco de Haydn. Ah, el viejo Haydn, tan incomprendido, tan separado. Recuerdo que una vez una alemana me dijo que el mate tenía gusto a tierra, a mugre y a transpiración de gaucho. Cuando le pregunté cómo conocía el sabor de todas esas cosas, me hizo un gesto que significaba “porque las conozco.” Luego me señaló: “Vos no sos gaucho, no sé qué sos, pero gaucho no.” Durante el Oktober citamos todo el tiempo lo de “So gehen die Gauchos.” Es esa mezcla sobre la que debería escribir una vez más. Una vez fui a ver a un profesora de piano que enseñaba Schubert. Era bastante prestigiosa y reconocida, casi famosa por su nivel de exigencia, pero también accesible en el trato. No tomé clases con ella, solamente hablamos y comentamos un poco el romanticismo vienés. Ella, que era de familia alemana, tomaba mate y escribía la partitura en el atril del piano. “Sí, ya sé, ya sé” dijo en un momento en alusión al termo que tenía bajo el brazo. Esa misma tarde le confesé que yo siempre esperaba mucho de los alemanes. Y ella, sorprendida y resignada, me cortó con un “Ach!” seco y musical. Ahí estaba también la hermosa alegría de saber que uno cultiva, pese y gracias a su brutalidad, una secreta Germania interior.

Miércoles. Escribo en Twitter: “Construye tu catedral interior con el vocabulario del hastío.” Después, sin quitar esa frase, reescribo: “Construyo mi catedral interior con el vocabulario del hastío.” Cambié tres letras y me acerqué un poco más a la verdad.

Jueves. Leo a Mircea Cărtărescu. Leo la ley Ley 26.743 que establece “el derecho a la identidad de género de las personas.”

Jueves, más tarde. Un titular: “Mar del Plata: asesinan a una trans y denuncian un rebrote neonazi.” Mavrakis señala que “rebrote neonazi” es una especie de pleonasmo. Un resaltado combina violencia y tiempos verbales de forma risueña: “Tamara, una compañera que trabaja en la zona de La Perla, denunció que fue brutalmente agredida con un palo por dos jóvenes que dicen adorar Hitler.” Leo otra noticia que podría ir en la misma serie. Titular: “Chef descuartizó y cocinó a su novia travesti.” Copete: “El impactante episodio ocurrió en Australia y fue descubierto luego de que los vecinos denunciaran que del departamento del acusado, un cocinero de esa nacionalidad, salía un fuerte mal olor. La policía cercó al criminal, que escapó y se cortó la garganta en un contenedor. La pareja se había conocido en un crucero.” La película no debería empezar sino terminar con el crucero. La escena en la que se conocen y se aceptan. La escena feliz.

Viernes. Corrijo las pruebas de galera de mi próximo libro. Siento que todo está mal pero aprendo a resignarme mientras leo. ¿Tendría que reescribir todo de nuevo? ¿Tendría que aprender a escribir otra vez? ¿Una segunda escolaridad? “Pero es arte” me digo. Y el arte es imperfecto y rústico, siempre, salvo en la genialidad. No aspirar a la genialidad me reconforta. Sigo corrigiendo.

Viernes, más tarde. Me paso el día pensando en esa sensación, esa fantasía, recurrente que surge cuando llegás a un lugar desconocido. ¿Cómo sería mi vida acá? ¿Me gustaría? ¿Qué haría? ¿Me adaptaría? Si el lugar es bello, la fantasía parece amable. Pensarse por ejemplo caminando por los bordes del río en Santa Rosa o visitando Los Reartes. Si el lugar te desagrada o no te convence, todo se vuelve un poco más sombrío. ¿Volvería a Buenos Aires habiendo intentado y fallado? ¿Qué haría? ¿Cuál sería mi rol, mi trabajo, mi lugar? No se puede reducir una lengua a un diccionario y una gramática. O más bien, se puede pero eso garantiza la angustia, una ansiedad incómoda, que ningún paisaje puede calmar.