escalera

Por Juan Terranova. Sábado. Las cosas que nos dan asco nos hacen más inteligentes.

Lunes. Tengo una netbook blanca marca Assus que me acompañó durante tres años prácticamente a todos lados. Tiene un disco rígido y una memoria RAM bastante buenos. Pero los cables que unen el motherboard y pantalla hacen falso contacto. A principios de año, entre febrero y marzo, la mandé a arreglar. Un tipo bajo y con cara de odiar el mundo que me cobró mil pesos y me dijo que no me iba a dar más problemas. Mintió. Su local en la calle Centenera, cerca de Primera Junta, ya me tendría que haber disuadido y quitado la esperanza. (El tipo usaba una gorra de corderoy marrón sobre el final del verano, eso también tendría que haberme anticipado que su parche no iba a funcionar.) Ahora la computadora está ahí y cada vez que la veo pienso en la primera frase de Neuromancer. Quizás en esa desconexión entre ella y yo y entre pantalla y disco haya una clave de lectura, una clave opaca y coyuntural.

Lunes, más tarde. “The sky above the port was the color of television, tuned to a dead channel.”

Martes. Leo a Carlos Correas, una vez más.

Miércoles. Titular de La Nación: “Una argentina murió en un incendio en un hostel de Vietnam.” Y no hay nada más. Solo esa frase, como una invitación, como el verso de una canción.

Miércoles, más tarde. Vanoli me pasa una foto donde se ve el hall de un centro comercial o de un hotel inundando. En el agua cristalina se mueven lo que parecen ser dos tiburones. Quizás haya un tercero. O quizás sea una reflejo gris del cromado que decora el lugar. A la izquierda un hombre parado contempla la escena. Pongo la foto en Faceboo avisando que mi próxima novela se va a llamar "Tiburones nadando al final de una escalera mecánica."

Más tarde. Traduzco a Sade que escribe: “Les Romains plus portés à la critique, à la méchanceté qu'à l'amour...”

Jueves. Me llega el programa donde figura mi participación, junto al Doctor Zurita y al Doctor Fabrissini, en el 22º Congreso Internacional de Psiquiatría 2014. Me dicen que se hará en el Hotel Sheraton. Yo estoy mencionado como “el extranjero”. Reviso otras charlas. 19.00-20.00. Mesa Redonda. Aportes a la Neurobiología de las psicosis. Esa no me la pierdo.

Jueves, ya de noche. Intercambio algunos mensajes con Guerberof. Él citó a Ulrico Schmidl. Coincidimos en que el momento de libertad máxima de un hombre pasa por descubrir un continente. Recordé que Ulrico veía las indias tatuadas y escribía “tienen la cara rayada pero así y todo son hermosas.” Guerberof había escrito en su Twitter: “No quisiera ser incluido en ningún modelo inclusivo.” Parecería ser que escribir nunca es solo escribir.

Viernes. Pregunto en Twitter: “¿Y la Máquina de Dios? ¿No arrancó?” Soñé con la Máquina de Dios. Se llamaba Internet. Y en un momento nos quemaba a todos. Como el diario de ayer, no hay nada más viejo y anacrónico que la Máquina de Dios. Creo que fue una estafa. El nombre prometía mucho. Vamos a acelerar unas partículas y los vamos a estafar a todos. Leo una nota en Clarín que dice: “Apagan La Máquina de Dios.” Qué titular. El presupuesto anual del LHC es alrededor de 765 millones de euros, dice Wikipedia. De una modernidad que fracasa no podía surgir una Máquina de Dios que triunfa. ¿O sí? ¿O triunfó y no dijeron nada? La máquina de Dios es Slavoj Zizek.

Viernes, más tarde. Escucho David Penitente, el oratorio de Mozart de tema bíblico siempre sospechado de masónico. Ideal para festejar el 17 de octubre. Y el domingo, 19 de octubre, se cumplen cien años de la muerte de Julio Argentino Roca, llamado el Constructor de la Patria. Salud, General.