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Por Juan Terranova. Lunes. Ayer llegó Fernando Barrientos a Buenos Aires. Me trajo libros. Uno, especialmente bueno, titulado Chaco de Luis Toro Ramallo. “Es como el Apocalipsis now de la guerra del Chaco” me dice Barrientos. El libro está prologado por Wilmer Urrelo así que volvemos a hablar de la fascinación de Urrelo por Arturo Posnansky, un frenólogo que vivió en Bolivia y se obsesionó con una asesina de nombre Polonia. Creo que yo también podría obsesionarme con Posnansky. Barrientos me contó que Urrelo se tatuó la cara de la asesina en un brazo.

 

Martes. Escritores bolivianos: ¿todos raros? El libro de Verlaine, el catálogo de Ruben Darío, lo habitual. Una colección enciclopédica. No hay ninguno sano, ninguno rutinario, ninguno desabrido. Todos al borde de la locura, de la pobreza o de la opulencia. Todos excéntricos, arrasados, drogadictos, de clase alta o baja. Los argentinos, ¡qué aburridos, qué intelectuales, qué insectos aplicados en comparación! Hasta el gabinete en Bolivia está sucio, es violento, parece no poder salir nunca del siglo XIX, de esa rusticidad sensual. Nada de giro lingüístico. Quizás sean mis prejuicios, mi mirada extranjera. Pero hay matices. Veo el trailer de La última navidad de Julius sobre el poeta tarijeño Julio Barriga. Barrientos me pasa sus libros desde que lo conozco. Hoy me contó que un matón le quiso pegar, y Barriga a sus casi sesenta años se defendió y dio vuelta la pelea con ferocidad. No sé nada sobre Bolivia. Pero lo poco que sé me seduce. Después en YouTube encuentro a Oistrakh con Richter tocando la sonata de Bartok el 29 de marzo de 1972 en el Gran Hall del Conservatorio de Moscú. Es una filmación porosa en blanco y negro pero el sonido está muy bien.

Miércoles. Leo, una vez más, las notas de Bresson. La mayoría quedaron viejas o hablan sobre cuestiones superadas, ya asimiladas, del cine. Ni la arqueología las salva. Sin embargo, hay algunas que copio. Por ejemplo: “Cinematógrafo, arte militar. Preparas una película como se prepara una batalla. En Hedic, estábamos todos alojados en el Hotel de Francia. Durante la noche, me perseguía la frase de Napoleón: Hago mis planes de batalla con el espíritu de mis soldados dormidos.” Otra nota de Bresson: “Cuando un solo violín basta, no usar dos.” Prefiero leer sobre cine que ir al cine. No me gusta ir al cine. Es una pérdida de tiempo.

Jueves. Sobre el final de su vida Alexander Scriabin planificó una especie de ópera, un innovador espectáculo musical y visual que se presentaría en el Himalaya. “Una grandiosa síntesis religiosa de todas las artes que anunciaría el nacimiento de un nuevo mundo” dejó dicho. Desde luego la obra, titulada Misterio, quedó inacabada.

Jueves, más tarde. Leo que Scriabin murió en Moscú de septicemia y que era hipocondriaco.

Viernes. La afectación fatal de volver, cada vez que no tengo nada, cada vez que me trabo, a la historia del siglo XX. Es un gesto que delata algo, ¿pero qué? Sé que va contra algo, contra el humanismo automático y simplón que nos enseñan todos los días en todas partes. Residuos de ese humanismo tapando las arterias de la vida, sí, una enfermedad. “Los nueve décimos de nuestros movimientos obedecen a la costumbre y al automatismo. Subordinarlos a la voluntad y al pensamiento es antinatural” dice Bresson. ¿Humanismo automático? Y sin embargo, ¿cómo no ser humanista? El tema es no volverse un ingenuo, no criarse a sí mismo un cocodrilo blanco de ingenuidad en la psiquis. Leer debería servir para eso. Bresson recuerda esa anécdota de Montaigne en la que había un mendigo dando vueltas por ahí, seguramente alrededor de alguna iglesia, y fueron y le preguntaron cómo podía estar tan suelto de ropa, casi desnudo, apenas abrigado con una camisa raída. Era pleno invierno, con nieve. El que preguntaba, dice Montaigne, “se cuece con las martas hasta las orejas.” Y el mendigo le respondió: “y vos, señor, bien tenéis la cara descubierta; pues yo soy todo cara.” Que el pobre sea todo cara para defenderse de su propia pobreza es una idea que me resulta de un pragmatismo revolucionario.