hueso

Por Juan Terranova. Domingo. Veo la tapa de la nueva El ojo mocho y leo "Dios y el Estado". Repaso los nombres que se ofrecen en el índice. Ninguno de los que está ahí tiene credenciales para hablar sobre Dios. (Quizás Ruben Dri, pero que lo que escribe es tan malo que da pena.) La lista es de ateos, beligerantes o pasivos, iluministas tardíos. Algunos ya están muertos pero ni a esos los veo en diálogo con el Señor. Sobre el Estado, sobre sus misterios, sus mecanismos, sus miserias, sus virtudes y defectos, sí saben. Pero ¿y Dios? Me invitaron a escribir en el primer número sobre literatura e Internet. Lo hice con alegría. Dicho esto, yo, entre tanto pagano, me habría sentido mucho más autorizado a escribir sobre fe. Sangro por la herida. Se olvidaron de mí. Haré penitencia por este y otros exabruptos. Luego voy a conseguir la revista y a intentar descifrar a qué consenso insufrible, a qué metáfora remanida, esa gente le llama “Dios.”

 

Lunes. Leo en Clarín: “Los almuerzos de Mirtha vienen atragantando a más de uno.” Nadie dice que los que comen ahí en la televisión se comen a sí mismos.

Martes. Pablo Valle me recuerda esta línea de Quevedo: “Por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería casa; al barbero sastre de barbas y al mozo de mulas gentilhombre del camino.” El tema, por lo tanto, es viejo.

Miércoles. Ayer fui al CC San Martín donde Juan Batalla inauguraba, con curadoría de Mariano Soto, una nueva muestra. Apenas llegué, Dany Barreto me contó que la “sala f” era un depósito recuperado. La iniciativa valió. Dimensiones óptimas, austeridad, cierta rusticidad en el piso, techo bajo: un espacio que ayuda a concentrarse, solidario con los materiales que se presentaban. Buen marco, entonces, para mostrar las obras de Batalla, esos restos industriales de neumáticos que se transforman en unidades orgánicas. Nada explícito ni estridente en la propuesta. Más bien sólido, lento, aguerrido. Las primeras piezas son como pequeños hongos del desierto marciano que se mueven hacia arriba y abajo con un sutil juego de luces. Cada una tiene ese trabajo de fusión con el que Batalla convierte los desechos de nuestra edad industrial en monstruos potenciales, en moluscos de un futuro radioactivo. Luego esperan otras tres piezas en esa goma negra trabajada. Un personaje con pico empuja a Batalla a lo figurativo, pero no me saca de mi preferencia por las morfologías llenas de azar que presentan las otras piezas. Después fotos, pocas, donde el escultor posa con el Planetario de fondo. Y hay un video y audio. Todo equilibrado, disímil, pero equilibrado. Con astucia, el artista juega al contraste y pone en una vitrina un hueso blanco, lavado, un fémur de mamífero, cuya función es la de resaltar el negro de los neumáticos procesados. Del tendón y el petróleo pasamos a la fragilidad ósea, a su porosidad. Ambos son materia inerte pero de procedencias enfrentadas. ¿O no tanto? Cuando viajamos por el espacio comprendemos que estamos hechos de polvo cósmico y finalmente todo lo que existe en la Tierra es una muy simple combinación de moléculas de carbón. Sí, otra vez, el recurso de lo orgánico y la forma. Batalla también construye dos mamparas de tubos blancos, que, colgadas en la pared, no me atraen especialmente, y una breve jaula del mismo material para encerrar una de sus piezas que sí me resulta seductora. ¿Retiene o protege? Como una carpa iglú, la estructura es parte de un campamento de avanzada, de una cabeza de playa intergaláctica. Son otros tendones, estos, provisorios, pensados para desaparecer. Ahora me pregunto ¿cómo no leer en el dibujo de las gomas recicladas el mapa de una civilización, los caminos recorridos, la parte móvil de vehículos que se vuelven artefacto estático y pesado? Pero esos movimiento cortos y rítmicos que agrega Batalla complican nuestra mirada. No, no son los restos de una civilización muerta lo que exhibe sino una transformación más profunda y activa, más enigmática. A un costado, en una vitrina, el escultor ofrece su colección de libros de la vieja editorial Minotauro, reliquias que terminan de señalar que él no es un artista abstracto, que sus referentes son esos y no los oculta. Esta literatura, una especie de bibliografía obligatoria desde la cual se lee la muestra, cubre todo de un manto de sentido que puede ser innecesario, ya, pero que igual es gozoso. Las horas de lectura son parte de lo que se expone. El magnetismo de las viejas tapas, nuestra vieja idea del futuro. En ese plano, Batalla compite con el imaginario de una treintena de autores de ciencia-ficción de primera línea y si no gana, empata, dialoga. Interesante pulseada. La muestra se titula “Planetario.” También se podría haber llamado “Planeta” o “Invasión” o “Colonia.” El de Batalla es un arte antifóbico, pasional, misterioso, asordinado, lleno de vetas y marcas. Por eso hay que ir despacio, dejándose sorprender, como si se caminara por un planeta extraño sobre el que se soñó mucho y por lo tanto no resulta del todo ajeno.

Jueves. Leo la nota biográfica que le dedicó Octave Uzzanne a Sade. Ahí encuentro este epígrafe: “On n'est pas criminel pour faire la peinture/ des bizarres penchants qu´inspire la nature.”

Jueves, más tarde. Hay tres tres de relatos: los de las galaxias exteriores, los de las galaxias interiores, y los del narcisismo. Estos últimos, algo tediosos.

Viernes. A veces no hay que cambiar la trama, solamente los personajes. Y algunos matices. Escucho la sonata para viola y piano Op. 147 de Shostakovich. “Mere essayists, a few loose sentences, and that's all!” decía Ben Jonson.

Sábado. Repaso la lista de libros que elegimos con Robles para un taller de ciencia-ficción que vamos a dar en enero y mentalmente voy agregando discos. Después escribo y ordeno la lista. Todos discos de la década del setenta. Devo, Bowie, Krafwerke, Pere Ubu, Suicide. Estoy tentado de agregar la muestra de Batalla. Mientras escribía y me distraía fui buscando los discos en YouTube. Y ahí me di cuenta de que lo que habría que agregar es YouTube. Los contenidos, su estructura, la deriva que propone como una máquina del tiempo interior, exterior, del pasado, del futuro, que avanza minutos o días o años, en todas direcciones, todo el tiempo.