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Por Juan Terranova. Lunes. Ni una sola mención en el suplemento Ñ de Clarín sobre los cuarenta años de la muerte de Shostakovich. ¿Qué pusieron en su lugar? Ya hace mucho que no leo Ñ y que Ñ no tiene ningún poder de instalar o desinstalar una lectura. Sí encuentro una nota titulada: “La música clásica tiene que ganar a los chicos.” En un costado, alguien recuerda a Fogwill y habla de próximas publicaciones postmorten. No sé qué pensar.

 

Lunes, más tarde. Salí a hacer unos trámites con mi libro de Sade pero sin lapicera ni lápiz y me di cuenta de que me incomodaba leer así, desarmado. Hice el viaje en subte nervioso. Pensé que si tenía que hacer tiempo en un bar lo mejor iba a ser comprar una bic en un kiosco. Me di cuenta de que hace años que leo subrayando y que no tengo ni quiero tener otra forma de leer.

Lunes, medianoche. Ayer vino Daniela Horovitz a casa y me mostró algunas canciones que había hecho con poemas de Lugones y Borges. Me recomendó a Henry Purcell.

Martes. Sigo con Hegel. “A palo seco.” No entiendo nada. Escucho la Sonata número 5, Opus 53 de Scriabin tocada por Richter.

Martes, más tarde. Mavrakis rescata una cita de Flaubert: “Ante la estupidez de mi época, siento oleadas de odio que me asfixian. La mierda se me sube a la boca como en las hernias estranguladas. Pero yo quiero conservarla, fijarla, endurecerla; quiero transformarla en una pasta con la que embadurnaré el siglo XIX, de la misma manera que doran las pagodas indias con excrementos de vacas.” La cita habla de Flaubert, habla de Mavrakis, habla de nosotros y de nuestra “época” y habla de excrementos y odio. Pero sobre todo habla de la necesidad de que el artista trabaje con materiales innobles y los transforme. Más tarde leo una cita atribuida a Johnny Cash: “it's good to know who hates you and it is good to be hated by the right people.”

Miércoles. Sigo con los románticos alemanes. Tomo notas. En El absoluto literario –un título malo– están los fragmentos que Shclegel publicó en Atheneum y también una larga antología de fragmentos grupales. Recuerdo haberlos leído en otra traducción hacia el 2000 mientras cursaba la materia Literatura del Siglo XIX de la facultad. (Aunque esos fragmentos se escribieron y se publicaron a fines del siglo XVIII.) También hojeo Tres horas en el Museo del Prado de Eugenio d'Ors. Escucho Shostakovich con un poco de decepción. Todavía cae en resoluciones románticas. Prokofiev me parece más duro, mejor parado en el siglo XX. Después leo sobre los hombres hienas de Nigeria. Más tarde empiezo a sistematizar material disperso que tengo sobre la Antártida.

Miércoles, más tarde. “En Nigeria, un grupo de hombres genera temor y admiración pavoneándose magnéticamente con sus hienas mascotas por los suburbios. Son los garawan kura, parte de una subcultura conformada por hombres de dudosa profesión que suelen chantajear e intimidar a las personas y logran empleos en sectores clandestinos, aunque “oficialmente” se hacen llamar artistas callejeros urbanos.” Parece que los hombres de las hienas arman clanes, el artículo dice “sociedades secretas de brujos posmodernos”, y trafican con iguanas y lagartos. En sus espectáculos usan hienas, monos beduinos y serpientes. A las hienas las domestican con sedantes. Las fotos impresionan. Pero lo que más impresiona son los bozales de las hienas. Los bozales de las bestias.

Jueves. Cuando leo las palabras “música popular” pienso enseguida en instrumentistas sin ideas, ni tradición, ni formación más allá de lo técnico. Lo noble es el tango, la chacarera, el chamamé, el fox-trot, el heavy metal. Hablar de “música popular” es empezar fallando.

Viernes. “Una foto de la Nasa muestra a una mujer caminando sobre la superficie de Marte.” La nota que sigue no puede estar a la altura de ese titular. La única línea que se puede citar es “La NASA se negó a hacer comentarios sobre la curiosa aparición.” Baudelaire: “Siempre me asombró que dejaran entrar a las mujeres en las iglesias. ¿Qué conversación pueden tener con Dios?”