SOBRE MIEDOS Y PREOCUPACIONES
El enemigo perfecto

El Grito de Eduard MunchGripe APor: Adriana Amado. Finalmente, podemos volver a las aulas, al teatro, a los lugares que habíamos dejado de frecuentar. Después de dos meses de escuchar que hay que estornudar en el codo parece que la cosa empieza a amainar. Dicen que la curva de la epidemia declina y que vuelve la vida de antes, aunque con la gripe A para siempre. ¿Y ahora? ¿Dónde vamos a poner nuestro miedo? ¿A quién vamos a tratar de exorcizar todos a una?

Es que la gripe H1N1 resultó ser un enemigo perfecto, al que todos sin discusión teníamos que combatir. Hasta que llegó, tratábamos de luchar contra la inseguridad, pero con menos acuerdo acerca de los métodos, especialmente con los gobernantes, que mantienen sobre el tema grandes divergencias con los ciudadanos. En cambio, con la gripe todos tirábamos para el mismo lado, hermanados en la lucha coordinada contra el temible virus. Sin contar que las tareas que nos demandaba el combate eran bastante más agradables que la que nos exige la protección frente al delito común. El ministerio público nos pedía, por ejemplo, que nos quedáramos en casa (¡cuánto hacía que no escuchábamos que podíamos faltar al trabajo si estábamos enfermos!). O se nos invitaba a comprar alcohol en gel, que es una forma de protección más barata que enrejar la casa o ponerle alarma al auto.

Dice Bauman que en estos tiempos de inseguridades estructurales, el mundo necesita condensar su miedo en una causa común, y la única manera de “suprimir esa verdad horripilante es fragmentar ese miedo enorme y sobrecogedor en partes más pequeñas y manejables; refundir el enorme problema que no nos permite hacer nada en un conjunto de pequeños trabajos prácticos”. Exactamente como las pequeñas tareas en que estuvimos ocupados estos últimos días. Si es que se venía la peste (y no cualquiera, sino una con cartas credenciales de la OMS), ¡nos iba a encontrar haciendo algo!

Por suerte ahora la gripe nos tiene entretenidos, como solemos hacer habitualmente con la gordura, porque son de esas amenazas que se mantienen a raya con algunos de los trabajos prácticos de los que habla Bauman, esos que el “yo huérfano puede fijarse para ahogar el horror de la soledad en el mar de pequeñas preocupaciones”. ¿En qué se parecen la gripe y la gordura?:

-Ambas concentran la preocupación por la integridad y el bienestar del cuerpo (y su correlato, el miedo a la muerte), que es lo que nos demanda permanentes cuidados, estudios, intervenciones médicas y estéticas para mantenernos indemnes (¡como si fuera posible!) del paso del tiempo. Así como pasa con el colesterol, si nos pegamos el virus será porque no habíamos hecho lo suficiente para protegernos.

-El virus es un enemigo exterior, y así como la gordura, es algo que se nos aloja en el cuerpo pero no es del cuerpo. Y ambas son enemigos más presentables que el Chagas o el dengue, que no hacen distingos de clases (se esparcen hasta en los colegios de alta sociedad).

-Se trata de una amenaza que se sitúa en la intersección entre el cuerpo y el mundo: la gordura proviene de los alimentos, la gripe proviene de las escupidas. Los alimentos nos asedian en las góndolas, los kioscos, las vitrinas de los bares. La gripe, en las barandas de las escaleras, en el molinete del subte, en el picaporte al abrir la puerta para ir a jugar. Y una y otra se nos meten en el organismo, a pesar de nuestra voluntad, sin que alcance el Actimel para contrarrestarlos.

-Son temores privatizados, que se encarnan en alguien: así como los gordos en el programa de Cormillot contaban su curación, los recuperados de la gripe cuentan en el programa de Mirtha su salvación gracias al Tamivir. Pero su experiencia no atenúa el miedo, antes lo exhacerba: “Si hasta él lo tuvo...”.

Adicionalmente, como la inseguridad y la obesidad, la gripe es un perchero donde se pueden colgar otros miedos y preocupaciones: la desprotección sanitaria, la falta de higiene urbana, la falta de educación, etc. Cosa que es aprovechada hasta por el más prosaico de los vendedores de desinfectantes que sentencian sin sonrojarse “Más amor, menos enfermedades”. Como con muchos otros problemas contemporáneos, también se nos pide soluciones individuales para problemas sistémicos. Pero si no tenés amor, en este caso, bien vale un litro de lavandina.

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