¡GUARDEMOS LAS FORMAS!
Sentido común para mujeres argentinas

MUJERES ARGENTINASPor: Adriana Amado. En la escuela, desde los más tiernos grados, se aprende a domesticar al que no respeta los cánones sociales. El gordito, el morocho, la hija de la inmigración, la que no resultó agraciada según el modelo “Casi ángeles”, el que en su timidez parece un papanata a sus avispaditos compañeros. Por ser lo que son se los hace el centro de las burlas, más o menos crueles, pero siempre toleradas por el entorno. Las maestras raramente puedan percibir y contrarrestar el silencioso padecer del que no encaja en los moldes establecidos. Con suerte intervienen cuando se agarran a las trompadas, pero ahí la víctima corre el riesgo de sumar una amonestación a las cargadas, así que suele prescindir de toda reacción. Así va aprendiendo que tiene que adaptarse al sentido común. ¿O acaso, argentinos y argentinas, no es el “más común” de los sentidos?

De grandes pasa lo mismo con los que osan salirse un poquito de la virtuosa guía que impone la moralidad social. Por eso nuestros dirigentes comunitarios, sindicales, parlamentarios, deportivos, son todas personalidades ejemplares. Porque cuando la ciudadanía elige, lo hace siguiendo inclaudicables ideales republicanos. Nadie puede negar que nuestros representantes sean hombres y mujeres probos, sin pasiones terrenales que los desvíen de los altos ideales de la patria, ésos que dirigen nuestro voto, siempre movido por el espíritu del progreso que hizo grande a nuestra Nación. Por eso no admitimos a aquellos forajidos que en ejercicio de sus respetadas funciones van y negocian para asegurarse la silla o una pequeña tajada. Menos los que priorizan su interés personal por sobre el social. De ninguna manera, ciudadanos y ciudadanas, todos sabemos que esa gente no tiene espacio en esta Argentina. Menos aún, aquellos que por alguna improbable razón pierden sus cabales. ¡Ah, no! ¡Indignante! ¿Cómo tolerar pasiones tan alejadas al sentir de la sociedad argentina, siempre medida, educada, virtuosa como pocas en el mundo, que repudia el ventajismo en cualquiera de sus formas? ¡Por favor!, no estamos acostumbrados a semejantes conductas.

Y mucho, pero mucho menos, si se trata de una mujer. A una dama no se le puede saltar la cadena así como así, a la vista de todos. Por más que la insulten, la basureen, le hagan saber que está donde está porque seguramente no lo merece. No, no, no. ¡Guardemos las formas! Una mujer insultada, acosada, apremiada, debe mirar al suelo, recibir las bofetadas que la vida le depare y poner la mejilla para la próxima. Nos, los habitantes de este suelo, respetamos, ante todo, a la madre sufrida, a la novia de blanco en el altar, a la mujer que infaustamente ha perdido su sostén. Ahí sí que les damos toda la confianza en las encuestas, les aceptamos los insultos cualesquiera sean, felicitamos al hombre que la desposa (y también, de paso, lo hacemos subir en las encuestas). Nada nos gusta más que comprar revistas que ponen en las tapas a mujeres que se casan o que aseguran que van a tener muchos hijos. Porque multiplicarse es el más loable derecho reproductivo. Los contrarios, no son derechos.

Y eso que somos una sociedad progresista, que permite a muchas mujeres acceder a cargos públicos, especialmente cuando tienen el aval de su consorte, al que se le deben en la casa y en la carrera. Incluso si intentan disimular los deberes conyugales prescindiendo del apellido  casada. La familia es lo primero. Las mujeres sin hombre, convengamos, son un tema. Excepto, claro, que sea por viudez. Ahí, hasta un asesor de campañas lo sabe: es un estado “imbatible” en política. Porque la sociedad sabe que en esos casos, debe apoyar y dar toda la “¡Fuerza!” que necesitan (y llenar la ciudad de carteles con esa consigna, si hace falta). El luto dulcifica el carácter y atempera el vestuario. Porque la mujer nació para sufrir, como nos muestran las de la tele, constantemente acosadas con síndromes premenstruales, tránsito lento y platos sucios.

De lo contrario, ya se sabe. Las mujeres con carácter son yeguas; las que dicen lo que piensan son locas; las que defienden sus convicciones, seguro que alguien las maneja; las que se defienden, son un bochorno; las que debaten, cotorrean; las que están de mal humor, están malco… o con problemas de hormonas. Por suerte, desde la primaria aprendimos a poner en caja a esas locas, temerarias, inestables, histéricas, escandalosas. Merecen que las juzguemos, las ridiculicemos, las señalemos con la ética que improvisa la situación. Si quieren ser mujeres públicas, que sepan cómo comportarse. Y si no, que se queden en su casa, esperando a que llegue Georgina con la canastita de Activia.

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