consumos de cultura

Por Adriana Amado - @Lady__AA Apareció la encuesta de consumos culturales y estuvimos comentando las costumbres de los argentinos con relación a la música, el cine y la televisión. Reemplazaron al secretario de cultura por una ministra y los comentarios fueron por otro lado. Sin embargo, la fuente de las dos informaciones es la misma por lo que la noticia debería ser que la encuesta es resultado de medidas como esa. El decreto que eleva cultura al rango de ministerio se basa en la necesidad de darle importancia y se justifica en la urgencia de hacer algo por ella. Sin embargo, durante todos estos años hubo activas y onerosas políticas de Estado en nombre de cada una de las industrias que sondea la encuesta. Claro que no estamos acostumbrados a evaluar las políticas públicas por sus resultados. Pero si a alguien se le ocurriera y pudiéramos agregar información a las opiniones que recaba esta investigación comprenderíamos que el Estado metió mano en el mercado de la cultura y la comunicación como nunca antes. El tema es que cómo resultaron esas decisiones:

· Que el 85% de los argentinos tenga celular (la mitad con internet) y el 71%, computadora confirma que la compra de los dispositivos de alta tecnología es una prioridad para todas las clases sociales. Sin embargo, la política de proteccionismo hace que los aparatos electrónicos sean mucho más caros en Argentina y que los ensamblados en Tierra del Fuego atrasen hasta dar pena. Dense una vuelta por un local de electrónica de Viedma o de Corrientes si quieren conocer el nivel de tecnología al que puede aspirar un ciudadano argentino. No obstante vamos y compramos a precios que doblan a los del resto del mundo. Por ahora, las computadoras que regalan los estados con sus marcas registradas solo le solucionaron el problema a uno de cada diez compatriotas.

· A pesar de esa alta barrera de adquisición, el móvil se confirma como la tecnología más usada después de la televisión a la que en todos lados está disputándole el título de más democrática. Sin embargo, a diferencia de lo que pasa en el mundo donde ambas son las que menos discriminan por clases sociales, en Argentina se penaliza a los más pobres con las tarifas más caras de los planes prepagos sin que puedan compensarlos con servicios de wifi en sus barrios. Porque internet se usa, según la encuesta, para conversar con otros de manera más eficiente y barata que por teléfono. Sin embargo la ley de telecomunicaciones es de los años setenta y la declamada ley de medios dejó afuera todo lo que tenía que ver con internet.

· Peor que mala es la conectividad que no existe en los lugares donde debería ser de rigor. Que la universidad sea un lugar donde solo el 6% puede conectarse nos recuerda que, con contadas excepciones, nuestras universidades y colegios no ofrecen wifi para sus estudiantes. Esto es crítico en las instituciones públicas que como son tan populosas sufren el colapso diario de la red móvil en los horarios en que nos juntamos para estudiar o investigar. No imagino mayor frustración cultural que esa que dice no poder usar internet por “estar en la facultad”.

· Pero es política de Estado que la televisación del fútbol sea gratis aunque solo tres de diez argentinos dicen mirar deportes en TV. Y aunque hace cinco años se decidió invertir en TV digital gratuita antes que en Internet gratuita, la oferta solo entusiasmó a uno de cada diez televidentes. El 81% de los argentinos sigue pagando el servicio de televisión y no es razón menor que por el mismo cable viaje tanto la tele como la comunicación.

Pasa siempre en este tipo de encuestas que la gente contesta más por el debe ser que por lo que hace con lo que salen cosas poco comprobables. Como que vemos en la televisión más noticieros que humorísticos o tantas películas nacionales como extranjeras. O que valoramos por igual el folklore que el rock internacional. Lástima que ese entusiasmo no se refleje en las ventas de entradas de películas argentinas o a conciertos de artistas locales que aun siendo los más mimados del mercado son subvencionados por el Estado. Hay una intensa política nacional, provincial y hasta municipal de patrocinar artistas que venden bien. Lo que hace sospechar que más que estímulo al arte es la ventaja por colgar a la política de las tetas de Violetta o del creo en vos de Montaner o del arde la ciudad que La Mancha de Rolando registró para uso exclusivo del partido que le estuvo bancando los recitales. Conclusión a la que llega incluso José Nun, secretario de cultura en esta misma administración. La cuestión es que hasta Insaurralde desde el municipio de Lomas de Zamora se dio el lujo de traerlo a Serrat para el cierre de la campaña de 2011. Pero igual la mitad de los argentinos dice que no va a recitales. De los que van, no parece que la gratuidad sea el estímulo: solo uno de cada diez dice que su último recital fue de entrada libre o en un espacio público.

De las urgencias culturales que tienen que ver con la brecha digital la nueva ministra no tiene experiencias comprobadas. Tampoco parece que se fuera a cambiar la prioridad de la inversión en más contenidos de televisión, más fútbol en televisión, más computadoras básicas pero sin conectividad garantizada, más artistas masivos patrocinados por los Estados que insisten en recordarnos que para ellos somos, ante todo, consumidores de precios y aparatos “cuidados”. De la publicidad que nos empaquetan en cada acto de cultura masiva que financian. De la tableta o el móvil de dudosa marca nacional que pudimos comprar. Del abono de internet que nuestro bolsillo nos autoriza para integrarnos a la cultura global.

Si se define la cultura en términos de consumo e industria no es solo porque se heredó la idea de la escuela de Frankfurt. Los únicos datos que nos permiten ver si esto que opinan los encuestados tiene algo que ver con lo que hacen, los proporcionan los industriales de la cultura: productores de teatro, las telefónicas, el señor Ibope, los empresarios de la música y los cines, los comerciantes. Hasta el cine, la industria más patrocinada por el Estado, se mide por tiques vendidos o por los logotipos, lemas y loguitos en películas, festivales y discursos de agradecimiento de los productores. Ahora, este papá Estado que pone plata a todos estos hijos pródigos dice que le hacía falta una mamá Cultura que nos proteja de las amenazas que paradójicamente él mismo potencia. Este Estado que no solo no logró empujar otra cultura sino que ha contribuido más que nadie antes a potenciar con sus dineros y protecciones a las industrias comerciales de responsabilidad ilimitada. Esta encuesta de consumos culturales refleja el fracaso de semejante tutela. Y nos hace sospechar que este matrimonio de papá Estado y mamá cultura es uno de conveniencia.