INSAURRALDE CIRIO BODA

Por Adriana Amado - @Lady__AA La mayoría de la gente cree que lo que pasa en los medios se piensa dentro de los medios, que hay una especie de director como el de Truman Show que digita todo, pero resulta que no, que casi todo lo que ocurre en la programación fue pensando y producido afuera. Por eso la crítica no es tanto la pobreza de ideas de la televisión sino que acepte esa miseria de agenda que le marcan los consultores de campaña. Que la boda sin glamour de una pareja sin carisma haya sido la noticia principal de las últimas dos semanas habla menos de nuestros gustos televisivos como del nivel de contenidos que admiten la mayoría de los programas de la grilla.

 

Tanta expectativa por el casamiento hizo que se desluciera mucho más el evento, que no tenía ninguno de los condimentos que hace de una boda un espectáculo televisivo. El desfile de celebridades ingresando por una alfombra roja fue reemplazado por las hazañas que hacían las estrellitas vernáculas por no hundir los tacos de quince centímetros en el camino de tierra de la quinta en el tercer cordón del conurbano. Lástima que las cámaras se perdieron el desfile de camionetas modelo espacial de los invitados cruzando barrios en los que el auto más nuevo que circula es un Regatta modelo 96. Cuentan que en Tristán Suárez apagaron la tele y salieron a la vereda.

Para colmo, haciendo gala de una discreción poco creíble para una pareja que no va a la heladería sin fotógrafo, hubo poquísimas imágenes de la fiesta. Después de haber televisado hasta las minucias de la lista de invitados a los novios les agarró una súbita conciencia pudibunda y apenas concedieron su imagen mostrando la alianza en la entrada de la quinta. Igual a los medios les alcanzó esa migaja para pasarla en cadena nacional en continuado, colaborando con los novios para que pudieran concretar los canjes y promociones. No escatimaron micrófono a modistas, zapateros y demás utensilios necesarios para montar un casamiento pagado, en el mejor de los casos, a cuotas de pantalla.

En los últimos quince días todos los canales difundieron una y otra vez el mismo sinfín de imágenes como si de tanto pasarlo de atrás para adelante y de adelante para atrás pudiera revelar algún mensaje críptico, satánico, o al menos estúpido. Pero nada. No hubo nada. Para colmo, cuando el novio más comentado de las noticias políticas de los últimos tiempos finalmente aparece en un programa, confirmamos que el tipo no tiene nada para decir. Por eso más que un hecho del género politeinment (ese que fusiona política con entretenimiento) estamos en condiciones de concluir que se trata del vulgar recurso publicitario de agradecer en cámara los favores prestados.

Un viejo adagio acuñado por Whitaker & Baxter, una de las primeras firmas de relaciones públicas decía: “El americano medio, no quiere ser educado, no quiere avanzar en su pensamiento, no quiere trabajar de forma consciente para ser un buen ciudadano, así que si no puedes convencerlos, ¡armá un espectáculo!”. Pero esa expresión habla más del concepto en que tienen al público los que diseñan las campañas que de lo que el público es. Tal como este episodio habla mucho de lo que los dirigentes piensan de los votantes. No por acaso el protagonista del montaje fue el delfín del partido de gobierno y es el hombre disputado por igual por las corrientes del justicialismo.

Más tontos nos suponen algunos tertulianos de programas que son de espectáculos pero se creen políticos, que sabiendo poco de lo segundo opinan sin saber nada de lo primero, como cuando intentaron comentar con gesto señero el color del traje de baile de Cirio para bailar merengue. Los televidentes sabemos bien que las bailarinas de Showmatch no eligen la ropa, salvo algunas excepciones establecidas por contrato. Hemos presenciado ásperas discusiones por unos tacos o unas lentejuelas que el jurado castigó con baja nota sin que el participante fuera responsable. Pero vienen los periodistas de política y se tragan sin masticar la supuestamente ingenua pregunta de Nacha Guevara con relación al bikini naranja que lucía la bailarina consorte y su supuesta relación con la identidad cromática del eventual candidato oficialista. Ni siquiera los hizo sospechar que el comentario viniera de una candidata testimonial que dio probadas muestras de sus tejemanejes mediáticos para intervenir en la discusión política que esos panelistas creen dominar.

Peor son los analistas improvisados que creen que toda esa espuma de corso devaluado es condición para hacer política. No solo confirman que tienen la misma pobre idea de democracia que los dirigentes que auspician estos fuegos artificiales, sino que delatan que hace mucho no actualizan sus lecturas. Y no solo teóricas sino de noticias internacionales. Deberían conocer en qué anda por estos días la boda de ensueño que los mexicanos creyeron haber presenciado entre el carismático presidente Enrique Peña Nieto y una actriz realmente popular, Angélica Rivera. Ni Insaurralde es Peña Nieto, ni Jessica es Angélica, ni Ideas del Sur, Televisa, pero bastan los capítulos actuales de aquella historia encantada para comprobar que la notoriedad no da prestigio ni confianza. La fama mediática ni siquiera garantiza finales felices. Antes bien, todo lo contrario. Aunque algunos no lo crean, las democracias fuertes no son mediáticas.