RETRATO DE JACK BAUER, O LO QUE DEJÓ LA SÉPTIMA TEMPORADA
El héroe contradictorio

Jack BauerPor: Julián Gorodischer. En el balance que deja la séptima temporada de 24, la serie devino en el gran baúl de la simbología contemporánea, donde se resignifican los sentidos de las películas de acción y de espías, como si se caricaturizara el cliché clásico. El terror es siempre una construcción igual a la anterior. 24 desarma estereotipos antiguos de enemigo, y prefiere pensar “la vida bajo amenaza” como un mosaico plural multiétnico que encarna la sensación de peligro inminente que llega desde afuera del territorio estadounidense. Su rotación continua de “hostiles” (en la séptima se retrató el peligro africano) es el modo de cuestionar el estigma actual sobre “lo árabe”, insertando estratégicamente figuras de arrepentidos o aliados incluso en lo más alto del poder político norteamericano.

Las recientes y reiteradas dudas sobre “la implementación de tortura”, el debate sobre los excesos de Bauer tematizado por la misma serie, arrebata el tema polémico al metadiscurso (diarios, revistas, foros de Internet) y altera la trayectoria del héroe como “hombre máquina” en continua desaprensión de su mundo personal/ afectivo (se le restituyó un pasado –en la sexta-; se lo juzga y condena moralmente por sus “crímenes” –en la séptima-). Lo que no cambia es la configuración de una personalidad: despegado de conflicto interno, con un superpoder que consiste en la capacidad de hacer foco, fundando su ética personal en la concreción de una misión siempre puntual, menos patriótico que programado para resolver mandados del poder aun saliéndose de la ley. Se lo ve, eso sí, robustecido en términos dramáticos, con una raíz, sin que ello implique dotarlo de un mundo interior.

Los padres de la criatura, Robert Cochran y Joel Surnow, habían definido la singularidad de la serie como “falta de elipsis o cortes en el tiempo –según dijo Cochran–, para que aparezca una línea continua en la que cada segundo cuenta y aporta a la historia, sin repeticiones ni omisión”. “Aquí no se vuelve nunca sobre lo andado –agregaba Surnow–, sino que se está en un nuevo territorio a cada minuto que pasa.” A pesar del guión remanido, de una misma tríada de patriotas/ terroristas/ infiltrados, de una estructura de doble trama que tiene su punto de quiebre en el capítulo 12, siempre igual a sí misma, 24 mantiene su vigencia en la figura de Jack Bauer. Es el hombre postapocalíptico, y es también lo que quedará después del ataque biológico/ químico/ nuclear. Es y fue durante todos estos años el reflejo magnificado de la era de la “catástrofe mediática globalizada”, únicamente humanizado por el tic nervioso que castiga a su ojo izquierdo.

Jack Bauer no tiene cuerpo: sólo así pudo haber superado y tolerado sin quebrarse el año y medio de torturas en una cárcel china; su resistencia es el anticipo de un nuevo hombre con matriz en la resignación. El hombre postapocalíptico colabora o se rebela, pero no se detiene y jamás duda. Los que vacilan (sucesivos presidentes, jefes y colegas) son “el mal” o lo que la “evolución” de la especie va dejando en el pasado. Es pura expresión gestual que se presenta como acto reflejo: el puño bien apretado, la mandíbula mordiendo fuerte, el disparo contra la propia piel, una resistencia más allá de lo trágico.

{moscomment}