PRÉSTAMOS DEL MELODRAMA AL MONÓLOGO DE ANIBAL PACHANO
La intensidad del odio

Anibal PachanoPor: Julián Gorodischer.   Shh, silencio, que está por empezar “Pachano”. “Rompiste un código de corazón. Mirá qué lindo que jugó: rompió un código de corazón, ¿entendieron?". La composición de semejante intenso no se recordaba en TV desde la peripecia narrada por los Del Boca - Migré. Después, la usina de comedias y unitarios marca Polka le fue borrando el rictus melodramático a la ficción televisiva, y se instaló un recitado pseudo naturalista acompañado de emociones contenidas y llantos sin lágrimas. Hubo que esperar a Pachano –antes a Zulma Lobato- para que volvieran los ojos bien abiertos, la boquita apretada, la mirada a cámara, el destinatario único del veneno que caracterizó a la telenovela clásica. “Callate la boca, no vaya a ser que te pase. Callate la boca. Yo te dije: Traé tu HIV. ‘Yo ya lo tengo’ ‘Yo ya lo tengo’, dijiste. Mirá, ahora ya te lo mostré al mío. Y, ¿cuál es? ¿Cuál es mi amor? Llorá como cocodrilo todo lo que quieras. Rompiste un código de corazón, eso es lo que le tiene que quedar claro al público”.

Se despliegan todos los recursos de la narración melodramática: hay un secreto que alguien quiere preservar y que alguien hará que se devele “a cualquier precio”. Graciela Alfano le habría dicho a Pachano: “sidoso” y “viejo de mierda”. El le habría devuelto con una cachetada. De ahí en más la circulación por las tribunas de la tarde es continuada, incansable. Odian y atraen multitudes, odian para quebrar el tedio de un día igual al de ayer, para cortar con la rutina de los chismes y los almuerzos.

La composición deja de ser naturalista, la presunta “realidad” de los livings y los estudios con sillones y gente parlante se extraña, se desnaturaliza, hasta llevar a sostener que se producen fenómenos sobrenaturales asociados al conflicto (en “Intrusos”, acusan pérdida de control de las consolas de sonido cuando habla “la Alfano”). Mientras, Pachano sigue con su desquite, que se ramifica. Busca nuevas figuras, cada vez más dañinas, que se vienen cargando (de ambas partes), por añadidura, a los viejos, los enfermos de sida, los homosexuales y los operados.

“Toda la vida estuve trabajando a pulmón sin necesidad de este monstruo que primero tuve sentado a la derecha y ahora con una persona en el medio. No me vas a opacar el brillo, no sabés lo que va a ser ahora. Ahora va a ser peor. Tengo el cariño y el afecto de la gente. Perdiste. Perdiste el juego. Ahora lo perdiste públicamente. Hacé lo que quieras en el reality, pero públicamente perdiste. Te metiste con el tipo más honesto, mejor amigo, intachable. Tengo amigos desde el colegio, desde Santa Fe. Amorcito, no tenés nada mi amor. Te estás secando como se seca el potus cuando va creciendo al pedo” (sonrisa, manos agarradas debajo del mentón).

La caída, el enterramiento, el regodeo. Antes fue Zulma. Antes fueron otros los sacrificados. Alguien se enferma, alguien denuncia, alguien envejece, alguien se afea. Sufren. Son miserables. Están enfermos. “Ese es tu problema, yo estoy divino a los 55 años (abre bien los ojos, levanta la mirada). Me puedo inyectar, me hacen masajitos gratis gracias a mi amiga Moria Casán. Yo no necesito operarme, porque lo que te tenés que operar son las neuronas. Las tenés totalmente abarrotadas, están colapsadas”.

Más, más. Desaparece el mundo, el medio. Quedan atrapados en el odio. El odio rinde, más incluso que el romance que sucede solamente indirectamente, referido en ausencia por alguna revista o chimentero. El romance no está ahí cuando se habla de él. En cambio, el odio ocurre in situ, se despliega ante la cámara, es generoso con el medio. Por eso la TV deja fluir ese monólogo en primera persona: reúne todos los requisitos del show. “ Tenés una embolia láctea. Se te subió, se te aplastó el cerebro. ¿Lo querías lograr? Bueno, el tiro te salió mal por la culata. Ahora tengo los cojones de decir públicamente lo que tengo. Traicionaste el corazón de una persona. La vida no te va a alcanzar para que te perdonen. No te metas más conmigo. Por la memoria de dos amigos maravillosos, porque no sabés lo que era el HIV cuando no había medicación. ¡Callate la boca! No te metas con mi mamá que es una lady. No te metas con mi familia, y no me amenaces con que vas a hacer cosas porque yo también tengo los argumentos, y tengo abogados, y un montón de cosas para pararte lo que te tenga que parar.”

Habla de Alfano pero también de nosotros. Nos interpreta, nos califica. Que hable. Nacimos para sufrir. Nos gusta, le damos rating, lo esperamos, volvemos a verlo en Youtube calificándolo como “kitsch, camp, bizarro”. Ahí estamos. El masoquismo del espectador televisivo en estado bruto: ya no nos basta con paladear la riqueza, la buena vida, la bobería de los “famosos exitosos”; de una vez por todas hay que poner el cuerpo, para que el famoso que la coyuntura otorga nos mire fijo a los ojos (está ahí, lo veo, me habla) y, como si se dirigiese a la Alfano, me diga una tarde cualquiera: “Cuando llegás a los 60 o a los 55 y tenés un pendejo de 20 años, te creés que sos Mahoma. Pero Mahoma está viejo. Por más que te operes, te pongas y te saques, cuando aparezca una carne fresca, se fue el pescadito. ¿Está claro, chicos? Es así la vida”.

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