SERIES 2012/
Televisión para televisión

SERIES 2012/Por: Adriana Amado - @adrianacatedraa Hay algunos que creen que para hacer una mejor televisión hay que convertirla en cine. Pero así los programas, antes que mejorar, se perjudican bastante. Porque los tiempos y las estéticas cinematográficas no son los de la televisión.  El televidente  es muy ingrato y suele estar ocupado en otras cosas mientras mira televisión, por lo que el ritmo debe ser intenso, las imágenes atrapantes, y la historia lo suficientemente generosa como para dejarlo entrar y salir todas las veces que quiera. Un buen programa sabe que el televidente volverá,  y cuando es excepcional, está seguro de que no podrá dejarlo.

Eso es lo que me pasa con algunas series de HBO. “Mad Men”, por caso, que empecé a ver el año pasado con capítulos perdidos que me dejaban pegada a esa recreación del mundo como se veía hace cuarenta años. Que sea una agencia publicitaria no es determinante (de hecho, no pasa mucho en la trama), sino es central esa fotografía que replica el color de época y que devela el ambiente de ese tiempo con detalles tales como la trusas de látex, los televisores de válvulas o los hábitos alcohólicos. Ni siquiera la personalidad intrigante de Donald Draper es decisiva, aunque el tipo ya se ganó el lugar entre los antihéroes de la TV. Este año la señal lanza “House of lies", que vendría a ser la evolución de la industria publicitaria en el tortuoso mundo de las relaciones públicas, esas que supieron ganarle al nombre su mala fama. Los protagonistas de ambas series comparten cinismo y apetito sexual, aunque en la versión posmoderna es aun más inescrupuloso. La narrativa cambia el hipernaturalismo elegido para los años 60, para pasar al síncope rítmico de estos días y guiños de complicidad de los actores con la audiencia (ojitos, caras de “me las sé todas”). Ambas se ofrecen para ver en cualquier capítulo, en el momento en que lo pescó el zapping.

En tren de cautivar la mirada global (cosa que el cine no sabe hacer ¡porque se compra antes de verlo!) las señales del norte están incluyendo actores y temas de estas latitudes. Como la comedia negra “Lynch” de Moviecity, con Natalia Oreiro y Jorge Perugorría. Aunque la auténtica promesa de esta temporada es “Preamar”. Si “Betty la fea” fue la avanzada humorística de la telenovela colombiana en Sony, “Preamar” es indudablemente la consagración de la telenovela brasileña en el formato seriado. Y su mayor acierto es que dejó hacer al director local eso que mejor hace el género del país vecino.

La historia se enmarca en una fotografía gloriosa de la geografía carioca y se ubica en lo que más conocemos de Brasil: la playa. Y mezcla con creatividad y cariño la diversidad de personajes que circulan por la arena y que jugarán con Velasco, un banquero acabado que va a descubrir la turgencia de la vida que pasaba en esa franja tostada que solía ver desde el balcón de su dúplex, en Ipanema. El sello brasileño está en el colorido, en la alegría apenas suspendida por el drama imprescindible en un seriado, y en los personajes, que no son lisos sino se ven con la alta definición de la vida. No hay lucha de clases anacrónica, ni moralinas fáciles que intenten adoctrinar al televidente acerca de la codicia ineludible de los ricos y la bondad intrínseca de la pobreza. Y para agregar otra comparación que desluce aún más esas ficciones argentinas que quisieron ser para todos, pero que resultaron para casi nadie, es que la estética es ciento por ciento televisiva. Sin culpa. Sin pretensiones de hacer cine de autor ni de experimentar tomas aprendidas en la universidad.

De hecho, se nota que HBO no duda, incluso, en transformar en televisión el cine, es decir, la inversa de la que pretenden ciertos productores locales que juegan al director de culto con los dineros públicos. El estreno de “Game change”, una recreación de la campaña republicana en las elecciones de 2008, confirma lo atractivo que puede ser el cine hecho para que calce en la pantalla chica. Narración lineal, escenas intensas, personajes densos, son la trilogía a la que no se resiste ni el más rebelde control remoto. Cómo no tentarse con Julianne Moore, como la gobernadora de Alaska Sarah Palin, o con Woody Harrelson, como el asesor de campaña de McCain, que recrean personajes que no están para ser amados ni odiados. Simplemente para ser vistos.

Es como si por aquí hicieran una película de la campaña de 2007 que no intente canonizar ni condenar a los protagonistas sino mostrarlos en sus contradicciones humanas, en una fotografía que se vea igual de bien en una pantalla plana o en un humilde televisorcito de 14 pulgadas. El disfrute de estos programas de las señales internacionales es que no pretenden obligarnos a hacer nada con eso que vemos. Excepto tener ganas de ver el próximo capítulo y conversar con otros de lo que vimos. Nada más, y nada menos, que lo que hace la mejor televisión.

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