Por Cicco. No hay terreno más proclive para la proliferación de vivos que el arte moderno. Es, literalmente, tierra de nadie. Un baldío sin medidas y sin forma. Sin criterio y sin agrimensor que delimite dónde empieza y donde termina. Es, en fin, caldo de cultivo del chanterío Premium. Y su pico febril se da cada año, como ahora, con esa cumbre llamda ArteBa.

 

Como habrá visto, no me gusta el arte. No consumo arte. Y, a pesar de que edité la sección Cultura en Revista Noticias por diez años, nunca pude entender a qué llamamos arte. ¿Lo es todo el arte, hasta el mingitorio de Duchamp y la sopa instantánea de Warhol? ¿O es verdaderamente arte aquel que se pela el lomo para concebir una obra de alto impacto visual que se interpreta sin necesidad de llave alguna?

Los artistas modernos usan esa incomprensión social a su favor. Que una obra sea indescifrable, según ellos, no significa que sea oscura, o enmarañada, o que contenga un sentido tan metido para adentro que no se puede extraerlo ni con sopapa. Para ellos, toda la culpa de la falta de incomprensión del arte recae en nosotros. Nosotros, el público en general, no sabemos ver. Tenemos el corazón cerrado. La sensibilidad atrofiada. Y los poros que captan el pulso de la belleza tapado por el acné.

Pero, como decíamos, ellos toman esto a su favor. Y ahora, la nueva tendencia, no es ya que comprendamos el arte moderno. Ahora nos piden que apostemos a él. Que invirtamos en el arte así como invertimos en el dólar y el plazo fijo. Quieren, en fin, que les demos plata, dinero ganado con el sudor genuino de la camiseta en trabajos donde, si no son comprendidos, traen, como resultado, un acting artístico radical: te dan una patada en el culo.

En estas semanas, ví, un puñado de artículos sobre, a tono con ArteBa, como convertirse en un inversor de arte. En un mecenas. En un, como advierten los medios, un Constatini. Ahora dicen que invertir en arte es lúdico, divertido, y que si uno sigue una serie de consejos que dan los que sí saben de arte –no como usted, claro-, puede hacer que los cuadros, con el tiempo trabajen por uno. Que coticen en alza y uno pueda ser salvado, sostenido y alimentado tal vez por generaciones por algo que, sin muchos escrúpulos, llamaría, al descuido, manchón enmarcado.

Pero en el mundo del arte, como ya sabe si visitó alguna muestra últimamente, todo vale. Sobre todo, lo que vale no es que usted entienda. Lo que vale es que usted les crea. Y lleve esa creencia, esa fe en lo inasible del arte a su más intensa expresión: poner guita.

¿No es un negocio redondo? Usted compra algo que no entiende. Por un valor real que desconoce. Y recibirá, algo a cambio de ello. Nadie sabe cuándo. Nadie sabe cuánto. En verdad, nadie sabe tampoco si usted recibirá algo a cambio, excepto unas palmadas en el hombro de consuelo.

No importa lo que le digan. No importa cuánto suene de sofisticado invertir en arte. No deje que esta gente le meta el perro, y le quite su tiempo, su dinero y sus paredes. Recuerde siempre que por mucho que mueva la cola, el perro, al igual que los artistas solo quieren una cosa: que les demos de comer.