El argentino será muchas cosas que lo hacen único. Muchas cosas contradictorias, tumultuosas, espumantes. Pero hay una cosa, sobre tanta cosa, que lo hace un ser completo made in Argentina. Y esa cosa sobre tanta cosa, es ser jodón.

El Argentino ama la joda. Si el brasilero se lleva los laureles de rey de la joda, eso se debe más a la condición turística del carnaval, o su destreza para el baile, que al hecho en sí de ser jodón. Ser jodón es otro cantar. Y eso, el argentino, lo sabe muy bien. Lo mama de niño, cuando se amucha a su grupo para joder al más desfavorecido de la clase. El bulling, estoy convencido, es síndrome nacional. El jodón aprende el jodere desde su más tierna infancia. Sabe que, el líder de la manada, es el rey de los jodones. No sólo jode hasta a su amigo más íntimo. El líder de la manada es aquel, sobre todo, al que nadie jode.

Todo este introito de columna, en verdad, para sentar posición sobre un tema de actualidad actualísima. Pues, después de ser yo mismo, jodón profesional del periodismo durante años –me formé con los mejores-, puedo decir esto con conocimiento de causa. Y, en especial, con conocimiento de consecuencia. Así que vamos a decirlo de una buena vez. Al presidente, nadie debería joderlo.

Al menos a él no. De ser posible, tampoco debería joderse, al vice, ni a los ministros. Y si me aprieta un poco, le diré que tampoco debería nadie joder a jueces, fiscales, ni docentes, ni abuelos, ni padres, ni jefes. O, para decirlo de otro modo: nadie, en su sano juicio, debería escupir hacia arriba.

Pero claro, el argentino se debate, en su vida adulta, en su impulso natural por joder. Y el techo irreversible del mercado laboral y la ley que lo obliga, en primera medida, a obedecer. Sin embargo, la mayoría de las veces, no puede con su genio y, si él no puede hacerlo, disfruta cuando otro jode. Y la mejor de las jodas, es ver cómo se jode al presidente. Esa figurita difícil allá en lo alto del trono, que es tan cómico de ver caer.

Quiero que me entienda: no defiendo a este presidente en particular ni a ningún otro. Y no estoy en desacuerdo con toda denuncia mediatica que revele irresponsabilidades de los poderosos. Si tienen que pagar, que paguen esos cretinos. Pero ese es otro palo. Yo le hablo de joder. De tomarlo para la joda. De que un imitador lo gaste bien gastado, con los pantalones bajos. Que se tome cada palabra de aquel que debería ser cabeza de la república, para bajarlo de un hondazo, cual pajarito al vuelo. Cual pajarón.

Otros países, más maduros, se pueden permitir burlarse de sus gobernantes. Saben que una parodia, no es amenaza de desequilibrio nacional. Pero la Argentina aún es un país muy pichi. No nos podemos permitir canilla libre de joda, caiga quien caiga. Nos emborrachamos fácil y hacemos lío.

Es por eso que, desde este humilde espacio desinformado y cualunque, peticionamos: no jodamos más a los presidentes. Démosle, como mínimo, dos años de gracia sin joda. Sin imitadores. Sin lompas bajos. Permitamos que disfruten de dos años a salvo de toda nuestra mala leche. Dejémoslos prometer y tropezar cuantas veces quieran, con la promesa de que no vamos a reírnos de ellos. Dos años sin joda de trabajo en paz. Sin burlas. Y, sobre todo, muchachos, sin excusas.