Los psicólogos, los periodistas, los expertos en nuevas tecnologías aún se preguntan si está buena o no ésta época, si hace bien o nos pega para atrás, pero los dueños de albergues transitorios están chochos. Dadas las últimas apps para conseguir sexo rápido y sin la burocracia del enamoramiento, todo el mundo coincide: en esta época se coge mucho.

Así como la irrupción del mp3 y la bajada pirata de discografías de bandas a mansalva, fue el sueño hecho realidad de todo melómano. La llegada de Tinder y sus derivados, es el sueño de todo macho ponedor. El otro día, un colega amigo me dijo: “En los últimos tres meses, me agarré 20”. Son cifras astronómicas que manejan gente común y silvestre como uno y que, tiempo atrás, ni siquiera las empardaba un Rolling Stone en plena gira.

Los dueños de los gimnasios están preocupados: con tanto desgaste físico y aeróbico en la cama, se preguntan si sus clientes se inclinarán por practicar más lujuria y menos spinning. Un embole.

No hay nada como el sexo repetido, variado y activo por demás. ¿Se te fue la mano con la chocotorta? No hay problema. Con un delivery de tinder en medio de la semana, lo bajás. El sexo indscriminado quema calorías, reduce rollitos, mejora el humor, y libera sustancias químicas a nivel neurológico que parece que son muy copadas.

El único problema con tanta bombacha y slip al viento es que uno indefectiblemente debe tirar por la borda el romance, la poesía, el discurso del corazón. Los floreros, con tanto atajo por el sexo fácil están de capa caída. No más bombones. No más boleros. No más tango lamentoso por la mujer que se fue. Ahora la ley es: que pase el que sigue. Palo y a la bolsa.

No más ratoneo. No más espera. La cepillada generalizada transforma a una generación de gente linda y de buen corazón, gente con cosas seguramente piolísimas para contar, en una muchedumbre de gente sólo apta para la follada. Doctoras, licenciadas, literatas, docentes, pedagogas, transformadas por obra y gracias de una app, en meros orificios calurosos. Y doctores, diplomáticos, licenciados, convertidos, Tinder mediante, en bastones largos –o no tan largos-.

De tan expuestas las relaciones se han puesto, por así decirlo, un poco resumidas. Como si uno se dedicara a ver una y otra vez los finales de las películas.

Es que este mundo no puede esperar. No tiene tiempo para aperitivo y ensaladita. Quiere, ahora mismo, ir a los bifes.

Pero tanto desenlace apresurado, tanto apuro por quitar la ropa, se pierde un eslabón clave. Salta el corazón, la parte más importante del asunto.

El sexo es seguro. Y el amor, es cierto, es un riesgo. Por eso, cualquier cobarde puede ligar por Tinder. Pero para el amor, hasta ahora, no hay app que pueda conseguirlo. Ni macho ponedor que se le anime.