El ser humano es un bicho social y como tal, necesita alguien a quien imitar. Se da en todo. Pero en especial, se da en el deporte. Mi hermano Felipe, el mayor de los tres, es profe de tenis desde hace más de 20 años. Y es el mejor que he visto en mi vida: entusiasta, pop, carismático, enérgico. Los alumnos lo aman –y las alumnas lo aman más-. Y siempre lo dice: “Cuando no hay un argentino ganando torneos, las clases me caen en picada”.

Últimamente, venía el asunto de las clases de tenis de capa caída. Y mi hermano tuvo que dedicarse a otra cosa: apostó al regreso del padel –según mi hermano “nunca se fue”- y hasta estrenó una escuelita de fútbol –“el futbol nunca se fue y nunca se irá”-. Pero el tenis prácticamente lo quitó de su grilla de clases. Sin héroes a la vista, con Del Potro cada dos por tres reparándose de una lesión, y sin renovación de figuras –Gaby Sabatini aún espera, sentada, su sucesora-, mi hermano cortó por lo sano: desde hace dos años colgó la raqueta y a otra cosa mariposa.

Pero, no importa que los ídolos caigan y se extingan, mi hermano es un hombre de tenis. Consume tenis desde que tengo uso de razón. Lo estudia. Lo disfruta. Lo analiza. Ha visto cómo el argentino se hechizó con el padel en los ’90 pero luego volvió a su amor por el tenis. Vio pasar a Iván Lendl, a Agassi al cabrón de Mc Enroe. Vio pasar los raquetones de Prince. Las gomitas anti vibración.

Vio a una generación de tenistas dignos de imitar: el rastafari Noah, Jimmy Connors, nuestro Vilas. Y mi hermano siempre con clases, aquí y allá y en todas partes. Hasta que, años atrás, los argentinos y también el mundo del tenis se quedaron sin nuevos ídolos a quienes imitar. Y los argentinos dejaron la raqueta en su funda y se dedicaron a hacer lo que siempre hicieron: jugar fútbol con amigos. El fútbol lo monopolizó todo. No dio y no da respiro para otra cosa.

Pero ahora con el triunfo histórico en la Davis. Con el partido heroico y contra viento y marea de del Potro, estoy convencido de que el celular de Felipe volverá a sonar. Y que toda esa gente que no se teñía las zapatillas de polvo de ladrillo, excepto si andaba en una obra en construcción, volverá a darle al tenis una oportunidad. La Argentina volverá a resonar con el eco de encordados y pelotitas al viento. El mundo del tenis, medio cheronca y aristócrata, feliz. Y mi hermano volverá a brillar. Se lo merece.