Lo anunciaron con bombos y platillos: el gremio del juego de azar está en paro y proponen una marcha para evitar que les caiga un nueva carga impositiva que según ellos, puede poner el negocio en riesgo –entre ellas 40 mil pesos por año por cada tragamonedas-. Oh dirá usted, un paro del gremio de los bingos, casinos y lotería, no es una gran amenaza para el día siempre temblequeante y frágil del ciudadano. Sin embargo, el Estado recoge el 60% de los ingresos así que el paro hunde el dedo en donde siempre debería hundir todo paro: allí en el mismísimo lugar donde se toman decisiones.

Sin embargo, este paréntesis debería ser un momento para preguntarse realmente: ¿necesitamos de los juegos de azar? ¿Tanto necesitamos distraernos que hasta perdemos miles y miles con sólo sentir algo de adrenalina en nuestra vida? Las estadísticas indican que en todo lugar donde se abre un bingo o un casino, matemáticamente, la gente del lugar se empobrece. La ecuación del juego de azar, como todo el mundo sabe, y al margen que desde el Estado se cuente lo mucho que ayudan al pobre con ese dinero, lo cierto es que, por mucho que digan y dibujen cifras, siempre quita más de lo que da.

Los tiempos, además, han cambiado. El espíritu de astucia y de estrategia del timbero viejo se redujo con el tiempo a un puñado de personas sin mucho que más que hacer, que sentarse ante maquinitas y dejar allí su dinero. Ahora, muchos ya ni siquiera tienen fuerzas para tirar de la palanca, algo que tal vez puede imprimir cierta fuerza, cierto margen iluso para conseguir ganar, ahora se limitan a presionar un botón y a otra cosa mariposa.

Años atrás, visité Las Vegas, leí sobre su historia, sobre cómo diseñan las máquinas tragamonedas para que hagan mucho ruido cuando alguien gana – esto produce que los otros se contagien y sigan apostando- y sobre cómo un casino fue un fracaso y ¿saben por qué? Porque entraba la luz del sol. Es por eso que los casinos tienen ese espíritu de eterna noche. Si el sol entra, los jugadores se deprimen. Descubren, por un instante, que la vida está allá afuera. No hay entre ruletas y barajas.

No queremos más casinos. No queremos más bingos. No queremos más empresas que levanten en pala, con el sueño de la gente de hacer millonarios a costa del resto. El juego tiene rasgos de adicción. Por ende, hay miles de adictos que no son debidamente tratados y que son víctimas potenciales de los amos y señores del juego.

Así que si los bingos y casinos de esta nación hacen un paro, lo único que podemos decir es: Muchachos, no lo levanten.