Qué arbitrarias, las modas. Antes era cool ser pelado. Ahora es cool ser peludo. Pero no peludo en cualquier parte, ojo al piojo. La onda es embarbarte la vida.

Valga la aclaración: el autor de esta nota tiene barba con lo cual, peca de poco objetivo. De cualquier modo, el estandarte de mi barba es, sobre todo, espiritual: los musulmanes llevamos barba siguiendo el ejemplo de nuestro Profeta, que también portaba una. La longitud permitida, según algunos entendidos, es un puño. Más de eso, es capricho capilar.

Desde hace ocho años, llevo barba y pasé de ser mirado como bicho raro –algunos se preguntaban si era hippie, otros si era rabino, otros si soy alguna clase de dealer de porro-, a formar parte de una moda que viene, no sé de dónde viene.

He escrito en este espacio tiempo atrás, sobre los músicos gringos de folk que venían haciendo culto a sus barbas, tal vez este es el origen de toda esta fiebre capilar. Pues ahora los tenemos aquí, en el subte, en el bondi, en la oficina. Los ex pelados. Los ex lampiños. Ahora las tienen bien largas –no sea mal pensado che-. Y la portan con orgullo. Y la ciudad se pobló de barberos. Y las tiendas de productos de tocados para que tu barba luzca espumosa y navideña.

No me gusta ponerme evocativo pero esto me recuerda otra moda que me tomó desprevenido más de 20 años atrás: el culto a Fito. Había acuñado de adolescente el culto a Fito en tiempos del disco “Tercer mundo”, lo seguía en recitales, y hasta adopté algunos de sus gestos. Mis compañeros de escuela me trataban de falopero y gay. Hasta que Fito lanzó “El amor después del amor”, se posicionó en las revistas del corazón en su romance con Cecilia Roth, encontró coiffeur que le cuidaba los rulos, y esos mismos compañeros que me sometían al bulling y el oprobio, de un día para el otro me anunciaron: “¿No me grabás el disco de Fito? Es muy groso Fito”. De golpe y porrazo, la ola de la moda me alzó y hundió en su mar salitroso y podridito. Lo sufrí. Porque por entonces, Fito era mi as en la manga para contrarrestar el caretaje de mi generación. Pero luego, Fito se puso la careta también y yo quedé fuera de juego. Sin guía. Al descubierto.

Ahora, de grande, vuelta a meterme en la ola fashion con esto de las barbas. Yo le digo a la gente que se acerca a la mezquita que construimos en mi pueblo: “Es el mejor momento para entrar al islam. Los barbudos están de moda. No te lo pierdas”. Lo digo en chiste, claro. Pero para el 99% de la humanidad, su imagen es lo más serio del mundo. Y mucha gente, aún cuando la barba no es condición obligatoria ni nada por el estilo –sólo un aspecto recomendado en el islam -, dicen que no, gracias, pues entrar a este camino puede significar ponerse gorro y llevar barba, y ellos no quiere saber nada con eso.

Imagino que los hare krishna y el zen han vivido su momento de gloria, cuando los pelados eran moda, y ahora se lamentan que los barbudos declinen acercarse a nuevos buscadores por temor a que se les muestren una Gillette –no sé los krishna, pero durante la iniciación en el zen, el maestro corta tu último mechón de pelo de la cabeza, que te ata al mundo-.

Habrá que esperar a que la ola pase y el dictamen de lo fashion sea otro –yo apuesto a que los tipos van a empezar a teñirse el pelo de colores locos, y eso será cool en el 2020-. Entonces quedarán en la orilla, mojados y arenosos, los barbudos de siempre. De vuelta a la normalidad. De vuelta a ser los bichos raros. Raros y peludos. Como Dios manda.