Primero fueron los Teletubbies a los que acusaban de incentivar el autoritarismo y la boludez. Luego, quisieron meterse con los Pokemon, a los que señalaban de provocar ataques de epilepsia. Y hasta tiempo atrás, algunos afirmaban que si ponías del revés las canciones de la brasileña Xuxa ibas a descubrir mensajes satánicos. Dios mío, ¿por qué no dejan a los niños en paz?

Y ahora, el asunto es con Peppa Pig, los dibujitos de la cerdita, creados hace 12 años en la tevé británica pero que ahora se han puesto de moda en Latinoamérica. A mi hijo le copa Peppa Pig. Si fuera por él, pasaría el día las vacaciones completas viendo a Peppa y su familia. Cada vez que tiene tiempo libre, me dice: “Me ponés Peppa pig, un poquito, ¿dale?” Yo he visto con él varios episodios y no hay nada para alarmarse. Al contrario.

Peppa es buena cerdita, no jodamos. Quiere a sus amigos. Respeta a sus padres y a su abuelo. Enseña a sus pares a compartir –o le enseñan a ella a hacerlo-. No anda en la droga ni el alcohol. Y hasta ahora, no tiene demandas ni pedido de captura.

Pero ahora dicen que Peppa se cree superior a los demás, que es la peor del barrio y que además, en sus espectadores causa autismo. Un supuesto informe de la Universidad de Harvard, desparramado en la web –mirelo reproducido acá-, considera que Peppa es perjudicial para los niños y su desarrollo social. Nah. Son todas mentiras. Ese informe es carne podrida, ni siquiera menciona a los investigadores que intervienen en el estudio. Todo esto es obra de gente que no quiere a Peppa y busca desbarrancarla del podio, adjudicándole malos tratos, conducta antisocial y soberbia insoportable. Si fuera posible, hasta le harían espionaje en su correo privado –funcionó en desacreditar a Hillary Clinton, por qué no con Pepa-.

Yo tengo una sospecha: para mí, detrás de toda esta conspiración maléfica, está la mano verde del Sapo Pepe. Ese sí que es peligroso.