Ni gay ni bisexual. Ni amante de las drogas. Ni vegano. Ni yuppi, ni hippie, ni millennian ni alternativo. Ni generación X. Ni metro sexual. NI macho alfa ni loser. Normal, un tipo normal.

Ni vanguardista, ni retro, ni vintage, ni anti cultural. Común, del promedio.

Ni extrema izquierda, ni extrema derecha. Ni querer que todo cambie ni tampoco que todo siga igual.

Es llamativo cómo el mundo quiere sentirse especial, alocado, libertario, y a la normalidad prácticamente se la trata con bullying. El normal es un pelagato. Le falta espíritu de aventura. No tiene sangre por las venas. El normal es el último orejón del tarro. Nadie lo tiene en cuenta. Es el jamón del medio. Pasa desapercibido entre tanto colorinche y griterío. Entre tanta algarabía por lo distinto.

En el periodismo se enseña a pasar por alto al normal. Te dicen: la nota está en los extremos. Los más y los menos. Lo nuevo y lo nuevísimo. En el medio, nunca hay nada. Con la historia, con la forma de enseñar la historia universal, es idéntico: los períodos de paz y normalidad, se saltean. Y las guerras, se tratan con lupa y son tema de examen

Desde los tiempos del Flaubert de “Madame Bovary” a la normalidad se la tiene subestimada. Se la corre del plato. Los directores de cine no quieren normales en sus películas y la tele no quiere normales, con pensamiento normal y corriente conduciendo sus programas de la tarde. Son como una mosca en la sopa.

Hace poco en una entrevista el Puma Goity, el actor, denunciaba en los medios una heterofobia reinante. De tan patas para arriba todo, decía, a los heteros, a los tipos promedio, con hijos, familias y sin quilombo, se los relegaba. No convocan. No arrastran público. Sus personalidades no son como resaltador flúo, son más bien como lapicito Faber gris.

Y así la vida continúa, con la normalidad de capa caída. La gente que mantiene esposa e hijos. Que come pastas los domingos con mamá y papá. La gente que sigue una religión. La gente que tiene rutinas y tradiciones, y sigue inclinándose por la mila con papas fritas, en lugar de la ensaladita de la huerta.
Prácticamente sale al mundo pidiendo disculpas.

Llegará un día en donde de tan marginada, tan bullineada y tan agredida, la normalidad será un rasgo excepcional. Y entonces, los medios, el rating y las portadas, pondrán el ojo en esto y titularán: Confesiones del último hombre normal.

Y será, ya se los digo, una auténtica revolución.