Mirando hacia atrás, cada vez que acaba el año, mientras se propone trazar un puñado de objetivos para el año venidero, uno, a la par, descubre el sinfín de problemas que se hizo al divino botón. Asuntos que, en su momento, parecían tsunami y terminaron siendo charquito de plaza. Abismos, cornisas y pozos sin fondos que, pasado el tiempo, se transformaron en escaloncitos sin importancia.

De este modo, uno descubre que la culpa no es de los años. Ni del almanaque. Ni de lo crítico que parezca todo alrededor. La culpa es de uno que a todo le pone titular catástrofe de Crónica Tv. Somos agoreros. Somos tremendistas. Somos gente que espera siempre lo peor de lo peor.

Si hay sexo sin forro, nos decretamos Hiv y hepatitis. Si hay dolor en el pecho, pensamos en pre infarto. Si hay dolor de cabeza, nos diagnosticamos inminente ACV. Si hay cacerolazo, pensamos en un cambio de gobierno.

¿Será que uno se empapa e impregna de su propia historia nacional donde las cosas, tarde o temprano se han ido por la canaleta? ¿Será que el propio trajín cíclico de la argentina, se nos cuela en el mismísimo tuétano?

Nunca lo sabremos. Habría que preguntárselo a Felipe Pigna. Por lo pronto, hay que tomar el toro por las astas y decirse a uno mismo, decir el chip que traemos dentro vaya a saber de dónde: no importa lo que venga, vamos a sobrevivir.

Esperemos el infarto, el ACV y las revoluciones, poníéndole el pecho a las balas. Muy en el fondo, este mundo es sueño. Es bruma. Es paréntesis. Es sala de espera hacia otros asuntos. Nada de esto quedará. Los sabios, por más tsunami que se le venga encima, por más años catástrofe que le caigan en suerte, siempre ríen. Saben que lo peor que uno puede hacer con los sueños, es tomárselos en serio.