Aún recuerdo la tapa de Crónica, 30 años atrás: más que muerto parecía dormido, el pecho al viento sobre la avenida costera de La Feliz, y empuñando una bolsita que, tardaría años, en conocer su contenido. Excepto la muerte del Potro Rodrigo, no hubo otra pérdida de ídolo tan repentina y dolorosa como la de Alberto Olmedo. Para mis 12 años de entonces, fue un golpe al corazón.

Olmedo era todo. Yo era fan de Benny Hill, el capocómico británico que hizo del humor con doble sentido un arte –hoy el feminismo lo colgaría de las bolas-. Me mataba de risa con sus gags mudos con música acelerada. El patetismo calentón del macho british. Pero Olmedo era aún mejor. Porque Olmedo era nuestro. Se reía de la obediencia ciega del empleado trepador, se reía del langa y del loser, se reía de los chantas espirituales mete mano, se reía del timidón de anteojos y su hervidero interno. Hizo de la sala de espera un lugar para volcar el mundo con acidez irrepetible. Cómo no quererlo. Si a mi generación la acompañó desde chico con el capitán Piluso. Olmedo era parte de la familia.

Cuando él estaba en vida, ninguno le llegaba ni a los talones. Ni Minguito. Ni Calabró. Ni Perciavalle. Ni Gasalla. Ni la deliiosa saga de los superagentes.
Aun cuando Jorge Porcel tenía programa propio con Jorge Luz –disparatado y genial-, al de Olmedo no había con qué darle. Era un clásico imbatible. A pesar de que semana a semana, era un desfile de situaciones prácticamente idénticas.

Las películas a dúo con Porcel –que nunca pudo salir del chiste corporal fácil-, eran insuperables: una pareja despareja que se metían en líos de puro tontos. Pero no los juzguen de machistas o los culpen de que trataban a la mujer como objeto. En verdad la obra de Olmedo, al que critica es al macho: al animalito varonil que pone en lugar de cerebro, una bragueta. Las mujeres quedarán como bellas y codiciadas –la mayoría de las veces más avispadas que los varones-, pero el hombre queda como un pelele manejado por su entrepierna.

No le peguen a Olmedo. Él es el paladín de nuestros cómicos. No hubo nadie como él. Y a 30 años de su muerte, la tele sigue sintiendo su ausencia.